Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

domingo, 26 de diciembre de 2010

UNA CITA DE CINE



     Fue en un partido de rugby de la universidad cuando recalé por primera vez en Luís. En un lance del partido uno de sus adversarios se aferró con tal fuerza a su camiseta, que ésta se abrió dejando su pecho al descubierto, mis ojos se prendaron de aquel torso semidesnudo, y una aguda punzada invadió mi estómago. Mi interior se revolucionó y una nueva ilusión brotó cálida como un ardiente geiser en mi pecho.
     Desde ese momento le busqué por todas partes intentando que se fijase en mí, tuve que sacar las mejores prendas de mi armario para llamar su atención. Irremediablemente, en menos de una semana, conseguí el objetivo.
     Una tarde mientras trajinaba con unas amigas los apuntes de la clase en el césped que rodea el recinto universitario, se presentó frente a mí, pidiéndome  acompañarle al cine el próximo sábado. Un sí tartamudeado fue mi respuesta y una sonrisa con aires pícaros escapó por la comisura de su boca, posiblemente por el brillo de mis ojos que delataban la alegría de esa cita.
     Llegó el sábado, con él la esperanza de una tarde de ensueño. Cinco minutos antes de lo pactado ya merodeaba por los aledaños de mi casa como un león enjaulado y, aunque estaba lista, preferí hacerle esperar cinco minutos. Por primera vez salía de mi casa respaldada por un hombre que no fuese mi padre.
     Entramos en el cine, compró dos refrescos y un enorme cucurucho de palomitas de maíz para compartir. Buscó un lugar recóndito donde pudiésemos pasar desapercibidos. Las luces de la sala se apagaron de golpe y, con la misma rapidez con que desapareció la luz surgió mi nerviosismo, dando paso a una penumbra que invadió aquel espacio y parte de mi alma. Su mano se deslizó por detrás de mi cabeza, sentí el calor de sus dedos en mi hombro, me quedé inmóvil sin poder reaccionar y permanecimos así unos segundos. De pronto, me giré y  encontré sus  ojos clavados en los míos, se aproximó y posó sus labios en mi boca ansiosa mientras cientos de sensaciones bullían por mi cuerpo acelerado. Simultáneamente, la otra mano de Luís se posaba en mi rodilla y comenzaba un impetuoso ascenso. Mis manos azoradas corrieron ávidas y sujetaron con frenesí aquella mano que intentaba explorar mi cuerpo.
     Luís  cejó en su empeño y entrelazó sus dedos con los míos permaneciendo así hasta el final de la película.
     Fue una tarde maravillosa y llena de nuevas sensaciones que calaron hondo en mí.


jueves, 23 de diciembre de 2010

Allí donde no debo bañarme

Allí donde no debo bañarme
va mi cuerpo mojado de deseo.
Allí donde no debo soñar
parte el  manantial de mi sueño.

Agua eres en mi verde primavera,
en mi invierno frío puro hielo.
Agua al fin y al cabo de ese río
que aplaca  la sed de mi desierto.


 Atiza el fuego

Atiza el fuego de mi cuerpo con un beso
y haz que se funda mi piel como de cera.
Arranca un suspiro del árbol del  gemido
con tus dedos, la  monotonía que me acecha.

Visita la estancia de mis fríos huesos
con el cáliz que brota de tu  boca hervida,
y prende con el fuego de tu ardiente  pecho
mi espalda silente de pasión sin vida.


jueves, 16 de diciembre de 2010

REVIVIENDO ILUSIONES

     Pensando sobre qué escribir y contando con la benevolencia de quien me encarga hacerlo, me he dispuesto a emprender la tarea de narrar con palabras personales  y adentrarme en el laberinto de la originalidad, hasta hallar algo que resulte agradable y divertido para todo aquel lector que se aproxime a este articulo.
     En este momento crítico en el que todo parece girar alrededor de esa acuciante e imperecedera crisis, es preferible hacerle un requiebro y buscar otro tema que nos permita sacar del desván, esos momentos memorables y mágicos de nuestra etapa adolescente y juvenil, que supieron aportar felicidad a nuestras vidas, distraernos unos instantes del rodaje diario y volar a ese mágico país de los recuerdos, donde tantos y tantos detalles se perdieron por no recuperarlos.
Intentémoslo.
     Bucead conmigo en ese baúl lleno de remembranzas maravillosas…
     Hoy quiero adentrarme en el mundo de la música, escudriñar esos viejos acordes que marcaron época en nuestras vidas, y analizar cómo ha sido la evolución de la música en los tiempos cercanos. Pretendo modelar sobre este pliego las diferentes formas de diversión de cada uno de los que todavía tenemos la fortuna de poder ver un nuevo amanecer, la satisfacción de observar tras los cristales un día de lluvia o el gozo de sentir los rayos del sol sobre nuestros rostros.
     Me propongo que todos, sin excepción, os sintáis verdaderos artífices de este paseo por la música y su intríngulis, unos con cierta pero agradable nostalgia y otros con un  presente tan real como la vida misma.

     Si algo podemos decir que ha sido y es el denominador común entre las distintas generaciones para deleitarse en tiempos de ocio y ser cardo de cultivo para las relaciones amorosas,  eso es sin  lugar a dudas “la música”.
     Estoy seguro de que cada uno tiene el convencimiento de que no hubo música equiparable a la de su época, notas llenas de sensualidad que sonaban en la sala  aturdiendo sus sentidos y provocándole una sensación de agradable ingravidez. No obstante, pienso que cada una de ellas tiene su respectivo encanto,  por eso y sin otro propósito que deleitaros, tras averiguar lo necesario y contrastar lo que dudo, haré mi particular versión.
     Desde lo alto de la atalaya del tiempo, he compartido los secretos de los mayores y he escuchado sus palabras mientras su pensamiento se trasladaba a ese período en el que se moceaban al compás de los acordes de su tiempo. He recuperado, no sin nostalgia, las canciones que sonaban en mis fiestas de juventud y me he dado cuenta de que diferentes estilos provocaron en nosotros las mismas sensaciones, la música crea unos finos lazos invisibles que atraviesan barreras y destruyen las manecillas del reloj del tiempo.
     No sabéis con qué avidez narran nuestros mayores aquellos períodos… como si en ese momento se dieran cuenta de que la juventud se había escurrido entre sus dedos marcando el ritmo de su melodía preferida. He visto chispear sus ojos con la mirada perdida en el horizonte, desandando en el espacio y rebuscando pinceladas, antaño olvidadas, que poco a poco van acudiendo de nuevo a su memoria.
     Les escucho y les animo a seguir. Lentamente arquean sus brazos gesticulando con las manos mientras una sonrisa se dibuja en sus labios… es una sonrisa de satisfacción por haber recuperado por unos segundos aquellos momentos de felicidad. Siguen recordando y veo como se ensanchan las alas de su nariz para atrapar el aroma a colonia de esa chica que tanto les gustaba y a la que sólo podían acercarse los días de fiesta mientras sonaba la música del acordeón, acompañada de vez en cuando por una pequeña batería provista de pocos elementos, pero que hacía las delicias de los asistentes. En esos intervalos en los que los recuerdos afloran, todos somos capaces de relacionar sensaciones y olores con cada una de nuestras canciones favoritas.
     Les escucho con gran entusiasmo, hacen una pequeña pausa en su locución y dejan caer los párpados asintiendo con la cabeza para indicarme que no han perdido ni un detalle y que les ha vencido la añoranza…
     Sus recuerdos se remontan a aquellas tardes de domingo tan deseadas, a aquellas noches llenas de distracción, una mágica pausa en la semana que esperaban como el agricultor espera un día de lluvia y de sol. A pesar de que las circunstancias eran menos favorables de lo que son hoy en día, era allí donde encontraban la forma de aparcar los problemas para centrarse única y exclusivamente en el baile, era allí donde con unos escasos medios musicales los artistas conseguían poner en órbita a todos  los presentes.
     Dos eran los lugares más frecuentados de aquella época, uno era el baile de Lumbrares y el otro el del Capitol. Bailar… bailar y buscar con los ojos aquella muchacha que nos tenía en vilo desde el domingo anterior. ¿Habrá llegado ya? Los pies se cruzaban en la pista siguiendo el ritmo de la música y el corazón se nos salía por la boca hasta que conseguíamos descubrirla bailando junto a sus amigas.
     En estos locales sonaban los pasodobles, las rumbas, los tangos, los valses y alguna que otra melodía inventada por el intérprete de turno, que procuraba hacer las delicias de los jóvenes. Una cuerva era la encargada de eliminar esos gramos de timidez y de inyectar el suficiente valor para aproximarse a la moza elegida y decirle: ¿Bailamos? … Un cúmulo de sensaciones reunidas bajo el alumbrado de unas simples y tenues bombillas, sobre un piso irregular en el que, en ocasiones, debían realizarse verdaderos malabares para no perder el ritmo y el equilibrio.
     Era bastante frecuente ver a dos chicas bailotear formando pareja hasta que se acercaban dos chicos para separarlas y danzar con ellas, como también era habitual, en los bailes de noche, ver a las madres de las chicas sentadas en las sillas alrededor de la pista vigilando cada uno de los movimientos de sus pupilas y encontrar algún cotilleo del que hablar durante los sucesivos días.
     Supongo que cada uno de los protagonistas que vivió ese momento tendrá sus particulares anécdotas, vivencias de cómo en tal día, a tal hora y en tal baile conoció a una muchacha, le pidió bailar con ella y después… ya nunca más se separaron, se miraron a los ojos y se tomaron de la mano para seguir al compás del mismo baile hasta el fin de sus días.

     Quiero, antes de retornar otra etapa, dejar una carta encontrada por casualidad, de un chico enamorado que escribió unas letras a su amada.

Mi estimada Carmen;

     Deseo que cuando recibas estas humildes letras te encuentres tan bien como lo estoy yo. Hoy quiero escribirte algo que fluye en mi corazón, deseo comprobar si verdaderamente soy capaz de trasladarte aquí conmigo cuando leas esto, o si consigo que puedas percibir cual es mi estado en este preciso momento en que pienso en ti. Es un intento romántico que me acerca a la literatura para describirte esas situaciones tan cotidianas y próximas de cómo han sido las últimas horas pasadas contigo en esa sala donde bailamos juntos la canción que ya la considero nuestra.
     No siempre uno encuentra el secreto para descifrar los códigos de la vida, esos códigos traviesos aderezados con tonos de colores, los cuales uno interpreta de múltiples maneras. En esta noche fresca, que no fría, tras dejarte después del baile frente a la puerta de tu morada, mi mente deambula, mi inquietud hace su apuesta, y yo quiero comprometerme en dejarte una pequeña muestra.
     Retales de noche, plegarias de loco, susurros de viento, acordes de místico… sé que para la mayoría de las personas carentes de sensibilidad y desconocedoras del verbo amar, pasarían totalmente inadvertidos, sin embargo apuesto que no así para ti.
     Son pequeños retazos, pinceladas sobre ese maravilloso lienzo que es la vida, donde tú has dibujado unos trazos llenos de  policromía que me han despertado infinidad de sensaciones a tu lado, una vida repleta de música y color que quiero compartir contigo hasta la eternidad.
     Espero y confío que tú, Carmen, sientas algo similar y me des una respuesta positiva a estos sentimientos que me desbordan.
Tu siempre afín Luís.

Vaya con el tal Luís, ¿eh?
     Un amor que despertó seguramente en una de esas salas de baile a media luz...
     Y a vosotros, ¿os ha sucedido algo parecido? Seguro que cada uno guarda un secreto escondido en su corazón, un pequeño arañazo que os dejó esa huella que ahora recordáis al leer estas letras.


lunes, 13 de diciembre de 2010

Cien palabras y un estado de ánimo

Agreste senda que el hechizo atiende,
que sol de lunas en su campo vuela.
Que son razones, las que nos entienden
y los sinsabores quien nos atormentan.
Si vestido vienes, de carbón y brea
y en tus aledaños del alma, la canción no suena.
No busques consuelo debajo de la parra,
que el aire de otoño alejo su sombra,
la dejó desnuda, solitaria y muerta.
Mírame en mi pecho que una llama prende,
del fuego olvidado, del amor sincero.
Arrójale el odre de aceite y ensueño,
que avive la hoguera de los sentimientos
y queme la madera de las penas.



lunes, 6 de diciembre de 2010

UNA VISITA NAVIDEÑA



    Una vez más como cada invierno, me dispongo a realizar una visita habitual y muy entrañable, pero este año en uno de los hogares que normalmente visito, algo ha cambiado…
     Al asomarme por la ventana de la Navidad descubro a mis ancianos tíos con unos ojos fatigados. Observo como la línea de la felicidad  se difumina en sus rostros, igual que el arco iris con la caída de la tarde y detecto el rumbo de la alegría varado en el mar del desencanto, sin aire y sin  brisa que insufle las velas del barco que les permita volver a navegar cálidamente por el océano de la esperanza.
     Recuerdo esa viveza de antaño en sus miradas, cuando relatábamos sin cesar anécdotas vividas, hasta terminar con la botella de cava reservada para la ocasión.
     Hoy he visto entre bambalinas la sombra de la ilusión dormida en un profundo sueño del que tal vez nunca más despertará.
     El tiempo, en su inexorable carrera, ha dejado una  huella y una pesada carga sobre sus almas y no hay forma de poder frenarlo. Intento en vano mitigar esa apatía que produce la vejez, preguntando qué le han pedido al nuevo año que se avecina. Me sorprendo como se pierden sus miradas en el abismo del asombro a mi pregunta y sus pupilas apuntan sin brillo al infinito en busca de una respuesta que no llega.
     Me hago acopio del ánimo que viaja en estas fechas y logro una tímida sonrisa arrancada de la glándula del dolor que me produce esta escena casi tétrica, deseo con  anhelo  que se les contagie para alejar la pena y el  infortunio de su hogar.
     La vida es tan caprichosa que no quiso dotarles de hijos que avivasen la llama de esta morada, donde el último rescoldo de júbilo toca a su fin.
     Se ha difuminado ese número de variedades que nos hacía sonreír animadamente, cómplices de la aventurada Navidad y donde nos permitíamos el lujo de trazar planes para el nuevo año. Suenan las últimas notas del viejo saxofón de mi tío y los acordes de la guitarra cansada de mi tía.
     Me despido de ellos con un rotundo deseo, le pido al Niño Jesús recién nacido, con la más absoluta humildad, que interceda por ellos y que les contagie e impregne  de esa magia que  aporta el verdadero espíritu de la Navidad.