Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

viernes, 29 de octubre de 2010

Me despierto

 Me despierto

Me despierto vacío e indolente
bajo el árbol que abrigó suspiros,
y descubro que bajo su sombra
se refugian tu magia y mi hechizo.

Y mis ojos colmados de noche
se despejan para ver camino.
Por él anda el verso, la canción, la luna,
se acunan dos almas y a lo lejos…se oyen trinos.


Será éste el tiempo

Será éste el tiempo de horas  alocadas,
susurros de noche, vísperas de encuentro,
pieles profanadas por bocas con deseo,
dos seres atrapados por el brujo tiempo.

Amanezco buscando una alborada,
una cima eterna donde acunar mi sueño.
Me llevaré  un fragmento de tu alma
                          que sirva de bálsamo, en mi crudo invierno.                       




jueves, 28 de octubre de 2010

LA PRIMERA VEZ



     El viaje hasta el lugar indicado había estado cargado de nerviosismo, era mi primera vez y algo en mi interior me invitaba a salir corriendo y no aparecer por ese lugar.
     Quise fenecer, de esa forma me libraría de pasar ese mal trago que supone una experiencia de esa índole. Tomé aire, pensé en un recuerdo bonito, me animé y me dije, todos han pasado por aquí y hoy,  tan felices, ese fue el aliciente para con paso decidido presentarme allí.
     - Buenas tardes, me llamo María vengo buscando a Juan, le expliqué a la chica que estaba detrás del mostrador.
     - Muy bien ahora mismo le llamo, con las mujeres es el mejor - me comentó mientras esperábamos. No sé qué tipo de estrategia emplea, pero  le puedo garantizar que todas quedan maravilladas con su habilidad. Tiene mucha paciencia, ejerce una sanación personal sobre los nervios de las principiantes.
     - Precisamente es lo que vengo buscando, me  lo han aconsejado  para iniciarme. Respondí con amabilidad.
     Apareció con aire desaliñado y muy demacrado, el paso de los años había dejado su huella en aquel rostro taciturno.
     - ¡Hola soy Juan!  Saludó extendiendo la mano  y mirándome de arriba abajo visualizando todas y cada una de la partes de mi cuerpo.
     Aspiré profundamente y le devolví el saludo.
Lo más importante María es la posición, se apresuró a decirme con un suave timbre de voz mientras nos colocábamos. Apoya bien la espalda, abre ligeramente las piernas, ponte cómoda, es muy importante que estés relajada.
     Cuando la tengas entre tus manos percibirás su dureza, trátala con suavidad, sin brusquedades, aguarda que esté todo bien lubricado. Antes de introducirla, baja el ritmo, al entrar, acelera ligeramente hasta conseguir  la armonía con tu cuerpo, así comenzarás una relación cómplice que te  hará descubridora de  sus vibraciones.
     Me apliqué con interés y en un paraje donde unos pájaros en unas ramas fueron nuestros únicos espectadores, la metí hasta el fondo, sentí un deleite interno y mi cuerpo agitado y sudoroso se estremeció a su voluntad, sólo comparable a una noche acuática bajo la luz de la luna rodeada de luciérnagas iluminando el mar.
     Llegué al punto indicado con una precisión meridiana. Juan me felicitó por haberlo conseguido sin incidencias. Y en ese momento de éxtasis hicimos un cambalache, el osito de las llaves del coche por mi colgante de la buena suerte.
     Así se desarrolló mi primera práctica con un Seat 133.



martes, 26 de octubre de 2010

¿…OS ACORDÁIS DE ALFREDO?

Os quiero contar uno de los más singulares recuerdos de mi niñez, el entrañable retazo de un personaje que se quedó guardado para siempre en el desván de mi infancia, dejando un rastro de magia tras de sí que, siempre desde mi óptica personal, hizo mella en aquellos tiempos, por su forma tan simple de afrontar el día a día.
Alfredo era uno de esos tipos lugareños que tenía una forma exclusiva de interpretar la vida, una manera diferente de vivirla y eso hacía que cualquiera que se le acercaba deseara compartir su amistad. En sus ojos sólo se reflejaba la transparencia de su alma noble y serena, y en su rostro cuarteado se dibujaban los surcos del paso del tiempo, concentrados en sus pómulos y en el trazado de su frente.
Cada pliegue, cada arruga eran la síntesis de tantos años agrios, de toda una vida absolutamente pintada con matices pardos. Los años incidieron en su imagen de faz quebradiza y mirada astuta, pero no doblegaron su actitud afable de magnánima cordialidad ni el timbre de su apacible voz.

En sus años mozos, Alfredo fue un hombre lúcido, capaz de mostrar sus sentimientos como cualquier otro y diestro en demostrarlos, pero con el paso del tiempo, sin un motivo aparente, comenzó a transformarse,+ convirtiéndose en un hombre de corazón ermitaño. La evolución fue tan lenta, que ni siquiera él mismo pudo notarla. Un día se levantó y descubrió, simplemente, que no recordaba la última vez que había reído y no pudo recuperar la imagen de su cara sonriendo.
Aún así, lejos de incomodarle el cambio, se adaptó con agrado a la nueva situación que había descubierto, de modo que aligeró su vida de cualquier afecto externo para cohabitar en soledad con sus propias miserias como cualquier hombre solitario.

Alfredo nunca tuvo un trabajo formal, pero desbordaba astucia para la creatividad. Con su ingenio y su capacidad observadora fue capaz de inventar y construir artilugios que quedaron guardados en la memoria de aquellos que, como yo, le veían a través de un prisma lejano. Sabía ganarse la simpatía de todos; de los mayores, afilando con maña cualquier tipo de instrumento que lo requiriera (cuchillos, tijeras, hachas, tranchetes,…) y de los más pequeños, insertando las puntas de los trompos a quienes lo precisábamos.

Era capaz de inventar, para sí mismo, tareas y diligencias que aunque no eran necesarias, simulaban que llevaba una vida ajetreada, así se convencía de que su existencia tenía algún sentido cuando, en realidad, todo indicaba que su mundo se reducía a un sencillo y lento deambular por la vida. Había acuñado la frase “soplen y marchen”, que regalaba a todo aquel que se aproximaba con oscuras intenciones, consiguiendo despacharle mientras él se tomaba su acostumbrado chato de vino en la barra del bar.

El tiempo endureció sus rasgos, sus arrugas y… sus desengaños, al mismo tiempo que enardeció su dureza, entonces ya absolutamente pétrea, y barnizó la opacidad de su mirada como un peñasco cuyos embrujos caen rendidos ante la magia de la naturaleza para diluirse luego en el ambiente.

Alfredo poseía una extraña naturaleza, extremadamente fuerte por un lado pero a la vez vulnerable y sensible. En los días previos a las fiestas del pueblo se transformaba en otra persona, esperaba la llegada de las bandas de música como un niño espera su regalo de Reyes y así, de la noche a la mañana se convertía en otro, aparentando ser el dueño y señor del universo. Mientras sonaba la música, empuñando en su mano un pequeño palo a modo de batuta, paseaba por las calles de su querido Vara acompañando a la banda.

Nunca es demasiado tarde para proyectar un pequeño homenaje a un gran protagonista que, aunque ya en el ocaso de su vida, se ocupó en temas que hoy en día son de gran valor, por decir que fue el primero que, sin querer o quien sabe cómo se le ocurrió, aplicó lo que hoy llamamos reciclaje; consiguió transformar una lata de chapa contenedora de aceite para motores, en dos hermosos recogedores, con un esfuerzo tan simple como ingenioso, cortándola en diagonal y añadiendo un par de ligeros mangos de madera. Todos los hogares del pueblo usaban ya en aquella época uno de esos creativos y prácticos recogedores de Alfredo, llegando también a oídos de los pueblos vecinos.

Su capacidad y su ingenio no tenían límites, así lo demostró aquella mañana de primavera cuando apareció montado en su bicicleta a la que había sustituido el manillar tradicional por un volante de coche, causando la admiración de todos aquellos que, atónitos, le observaban a su paso. Aquella bicicleta acabó bajo las ruedas de un camión, en un aparatoso accidente en el que casi pierde la vida.

Incluso era estrambótico y peculiar en su forma de vestir… siempre pantalones con tirantes, como si tuviera miedo a perder los calzones, y con esa manía tan suya de recoger del suelo las cajetillas vacías de Winston para rellenarlas de cigarrillos Celtas, sin saber exactamente con qué fin.

Pudo haberle llegado el fin de sus días en cualquier momento, coronando así una vida transcurrida sin penas ni glorias, pero Alfredo se sentía seguro de sí mismo y afirmaba burlescamente que “mala hierba nunca muere”. Lo que él no vislumbraba ni por asomo era que la muerte es más piadosa que la vida y que, en realidad, le concedía más tiempo para ofrecerle la posibilidad de retractarse. No quiero dar a entender que la muerte le rondara, pero sí que es más fácil imaginar que nunca hubiese elegido encontrarse con ella donde y tal como le llegó. El destino a veces es tan caprichoso que rompe los esquemas de aquellos que creen tener el plan perfecto para recibir su final.
Para que una roca se rompa, lo único que se precisa es tiempo, incansable e inexorable en su eterno persistir y así fue como, sólo él, pudo doblegar finalmente la peculiar existencia de Alfredo…

viernes, 15 de octubre de 2010

Permíteme


Permíteme que abra la cortina
que impide a la luna de mi alambra
herir en el ocaso de tu rumba
y entrar con la ternura desbocada.

Permíteme sacar del laberinto
abrazo,  acento, duende, palabra…
sonrisas que se eleven sobre el lago
tamizado por tu  voz, hecha cascada.

Permíteme alejarme de la noche
que esconde pesadillas en su rama
completas de silencios conquistados
por la fuerza de un alma enamorada.

Permíteme alojarme en ese cuerpo,
ser  intruso al capricho de tus ansias
y bregar inconsciente sobre el mar
que aproxima con sus olas tu alborada.

Y quizás en otro espacio compartido,
seré cordero de blanco disfrazado
balando sobre el cuenco de tus ojos,
brillante, incierto, vivo y angustiado

miércoles, 13 de octubre de 2010

EL OCASO DE UN SENTIMIENTO


     Ignoro el motivo de haber nacido y si tengo en esta vida alguna  misión concreta que realizar. No sé, por tanto, si lo que hago en cada momento está bien o mal, ni conozco el rumbo hacia el cual dirigir mi barco,  hoy carente de timón.
    Hace mucho tiempo que un ajar de inquietud se apoderó de mi espíritu, dejándolo a merced de un destino tardío en definición.
     Mientras tanto, espero una luz iridiscente en el horizonte que me indique. En los templados días del otoño que ahora nos invade, es cuando por mi cabeza bullen sueños utópicos y por mi corazón navegan  deseos incontrolados.
     Noto como el cielo cada día es menos brillante, veo como el azul del mar reverdece con el paso de las lunas. Percibo una brisa perezosa y tibia pululando a mi alrededor, cargada con el perfume de la añoranza y vestida con el  rocío de la desidia. No siento por mi cuerpo recorrer en armonía ese dulce y sutil fluido llamado sangre, aunque  intuyo que la hecatombe se va alejando en busca de un nuevo prosaico a quien arruinar.
     Flanqueo la otra  orilla de la vida  esperando un mañana  donde la indolencia y la mentira deserten de la estancia de esta órbita, y cedan su territorio al amor sincero y sin remilgos.
     Y va pasando mi vida; hoy como ayer, posiblemente un mañana semejante a hoy. Solamente en ocasiones concretas, mi casi inalterable serenidad se turba ligeramente como el agua de un lago en el cual arrojan una piedra formando esos círculos concéntricos que se van difuminando en la superficie, eclipsados por el viento y las corrientes.

lunes, 11 de octubre de 2010

EFEDRA



Ella permanecía sentada sobre la cama con la mirada fija en la ventana, su cuerpo permanecía en aquella habitación pero su mente deambulaba por algún recóndito lugar, perdida y sin rumbo.
Los últimos rayos del sol de la tarde se perdían por el horizonte, siluetas que se disipaban en la cinta del horizonte y cedían el paso a grotescas nubes grises, presagiando malos agüeros.
Con un perceptible esfuerzo se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana, giró la manivela y un fuerte viento empujo la hoja de la ventana contra su menudo cuerpo, un aire gélido invadió su alcoba, sustituyendo el ambiente cargado de la habitación.
Efedra se sentía muy deprimida, todos le dieron de lado y estaba sumida en una profunda depresión; sus amigos, esos que ella creía tener, le habían fallado y su pensamiento no era otro que darles una lección para demostrarles que no los necesitaba.
Se giró de nuevo hacia el interior intentando retener en sus retinas todo aquello que la rodeaba, un último repaso a la estancia. Se acercó a la mesita y abriendo el segundo cajón, extrajo de su interior el diario, aquel montón de hojas apretadas donde cada día reflejaba lo más relevante de la jornada. Abrió la página por la fecha del veintitrés de febrero y se dispuso a leer lo que  unos minutos antes había anotado.

“Espero que sepáis respetar mi decisión y que nadie especule con hipótesis intentando dar sentido a lo ocurrido, tampoco busquéis versiones cómodas para quedar bien ante vosotros mismos, quiero constatar a quien lea mi diario que la decisión está tomada a conciencia, a sabiendas de lo que hacía en cada momento, que no he tomado drogas ni nada por el estilo para embarcarme en esta aventura sin retorno”.

Tras comprobar que lo escrito en su diario se correspondía con aquello que le dictaba su corazón en aquellos momentos, volvió a levantar la mirada para dar un último vistazo a todos aquellos objetos con los que había compartido tantas horas.

Se encaminó hacia la ventana que permanecía abierta, el viento se apresuraba para impregnar cada milímetro de la habitación y entonces, tomando la silla de su escritorio, la acercó hasta la   ventana.
Subió a la silla y desde ella se pasó a la repisa con una zancada. El viento ondeaba su cabellera y siete pisos la contemplaban desde aquel vacío bajo sus pies, una vez situada en la repisa y con la mirada puesta en los últimos rayos de sol que se alejaban tras las montañas, metió su mano en el pantalón verde de pana, sacó su móvil Nokia 3410 y comenzó a marcar un número de teléfono, memorizado ya de otras ocasiones.

Álvaro llevaba horas frente al ordenador intentando escribir alguna historia interesante, pero esta tarde su inspiración se encontraba dormida. Tras haber comenzado distintos relatos y ninguno resultar ameno, se acercó a la terraza para tomar un poco de aire fresco, con la esperanza de que le despertase la inspiración. Apoyado sobre la barandilla quedó atónito al advertir como su vecina del séptimo se hallaba en la repisa de la ventana con un móvil en la mano.

Se escondió pegando su espalda a la pared de la terraza para que Efedra no le viese, y evitar así precipitar los acontecimientos.
Solamente había cruzado con ella un saludo de buenas tardes y le pareció lo más maravilloso del mundo, ahora la tenía de pie en la repisa de una ventana con un teléfono en la mano y llamando a alguien para decirle la locura que iba a cometer.
Esta imagen aceleró su ritmo cardíaco y su mente se dispuso ávida a trabajar. Se cuestionó que posiblemente llamara a su novio,  habrían tenido una discusión y por eso ella estaba ahí.
Álvaro guardaba el recuerdo de Efedra desde que la vio por primera vez y le pareció una chica encantadora; su forma de andar, su manera de vestir, esa dulzura al hablar y la ternura de su mirada habían conseguido hechizarle de una forma especial… se sentía atraído por esa chica y no sabía porqué.
Decidió asomarse de nuevo a la terraza despegando su espalda sudorosa de la pared y de la manera más serena posible le dijo:

  -  ¡No lo hagas, no merece la pena, es una locura, nada hay mas bonito que la vida!

Efedra giró la cabeza para ver de donde provenían esos comentarios y respondió.

  -  ¿Que no haga  qué?

  -  Pues que va a ser - contesto Álvaro-, lo que tienes propósito de realizar.

  -  ¿Cómo sabes tú lo que voy a hacer, si no se lo he dicho a nadie?

  -  No hace falta ser adivino, para entender tus intenciones…

  -  Me parece que te estás equivocando, y tú no puedes calcular la magnitud  de mi problema.

  - Sea cual fuere tu problema me tienes a mí para ayudarte -alegó Álvaro-, comprobando que la conversación estaba discurriendo por buenos derroteros.

  -  Si conocieses mi situación lo entenderías - dijo Efedra con cierto aire de tristeza.

  -  No tengo nada que hacer en estos momentos, así que… ¿por qué no me lo cuentas y podré valorar si efectivamente es tan grave como dices?

-       Está bien –repuso ella-, pero te advierto que la decisión la tengo tomada y no la voy a cambiar por muchas razones que me des.

Efedra tomó aire y se dispuso a relatar su historia…
“Todos los sábados, los amigos nos reunimos para merendar y pasar una velada agradable. Espero con ansiedad durante toda la semana ese encuentro, es uno de los momentos más felices para mí. Pues bien, este sábado íbamos a merendar en mi casa y todos mis amigos han puesto una excusa para no venir. Realmente algunas de las razones son tan increíblemente rebuscadas que ni un niño se las creería.

  -  ¿Y ese es el origen de la situación?

  -  ¡Claro que sí! ¿Te parece poco? Tal vez a ti no te parezca motivo de tristeza, pero para mí ha representado una fuerte decepción.
  -  Bueno, está bien, si tú lo dices...

  -  Perdona - reaccionó Efedra en un instante - , tengo que dejarte, espero que lo entiendas…

  -  ¡No, por Dios, no lo hagas! No puedes acabar con tu vida simplemente porqué aquellos que creías tus amigos no quieran merendar contigo. Me tienes a mí, que  prometo acompañarte y pasarme, si es necesario, toda la noche hablando contigo de lo que quieras.

  -  ¿Tirarme? Vaya por Dios… No me digas que estás pensando en que me quería suicidar.

  -  ¿No es así? – tembló la voz de Álvaro con extrañeza.

  -  No, por supuesto que no - respondió Efedra esbozando una sonrisa al darse cuenta de lo que Álvaro imaginaba - Estaba intentando llamar a Tele-pizza para que me traigan una pizza a la carbonara y merendar aquí, en la soledad de mi piso… con el alma encogida, estudiando la forma de devolverles el golpe, pero sin ánimo de lanzarme al vacío, como tu supones.

  -  ¿Y para eso tienes que salir a la repisa de la ventana?- se extrañó Álvaro, sin acabar de convencerse.

  -  Por supuesto - afirmó Efedra-, dentro de la habitación no hay cobertura y tengo que llamar desde aquí, porqué no me apetecía salir a la calle en este estado.

Álvaro había visto cosas inverosímiles en la vida pero esta se llevaba la palma.
  - Te juro que pensaba que querías marcharte de esta vida por la puerta de atrás - argumentó Álvaro en tono conciliador.

Efedra sonrió de nuevo y le tomó la palabra:
  -  Acepto la oferta que me has hecho de pasar la velada conmigo, te espero abajo y nos vamos a la pizzería a merendar.¡Ah! y no te preocupes – continuó con una carcajada - que bajo en el ascensor.
Álvaro quedó pensativo unos segundos hasta que el mismo nerviosismo de la situación le hizo unirse a la risa de Efedra. Había llegado su oportunidad y no la desaprovecharía.

Y así fue como se inició aquella relación que derivó en una buena amistad.


sábado, 9 de octubre de 2010

Estoy hecho

Estoy hecho de anaqueles de encina,
de tarima que cruje, de montaña sin eco.
Estoy hecho de una luna creciente
que no entiende de plegarias ni ruegos.

Me adentro en la noche y mi sombra
se disipa entre aromas de viento,
y dibujo sobre un cielo estrellado,
remembranzas, posadas del tiempo.

Si  pudiera mostrar la cabaña
donde habitan colgados mis sueños,
es seguro que hallaría el perdón
y a  tu boca, transitar por mi cuerpo.


jueves, 7 de octubre de 2010

RETAZOS DE UN RECUERDO I




     Mi fantasía viajera no tiene límite, hace un instante me ha llevado a una calle sinuosa y estrecha, cargada con las huellas de cientos de viajeros, un lugar recóndito que no te deja indiferente, que habla  y revela secretos de hábitos y tradiciones de generaciones pasadas. Un sitio para poetas, pintores y artistas.
     A la entrada de la calle por su lado norte, se eleva un arco gótico de piedra, engalanado con figuras de distintos personajes y un escudo altanero esculpido. El arco sostiene un pequeño pasadizo inspirador y sugerente.
     Era por la tarde, al pasar frente a un caserón antiquísimo y lóbrego, con tres enormes ventanas de color bituminoso de formas desiguales  y sin guardar ningún orden, me fijé casualmente en una de ellas por la forma que estaba engalanada. Macetas repletas de flores de múltiples colores, su fino marco pintado de color verde y una cortina de tela blanca de puntilla muy ligera y casi transparente. Mi fortuna quiso que, tras los cristales, mis ojos repararan en una joven que tras verme mirando, se apartó ligeramente.
     Seguí caminando lentamente, percibí la amenaza de unos ojos sobre mi nuca y cuando volví la cabeza, el visillo de la ventana estaba levantado, ella seguía mis pasos con su mirada y dejó caer la cortinilla ocultando a mi vista aquella silueta joven y esbelta.
     Esa noche no conseguí sacar de mi pensamiento aquella muchacha, creé cientos de quimeras con ella, cuyo final siempre era un frenético retozar de su joven cuerpo con el mío.
    Volví a caminar la tarde siguiente por aquella calle, me deslicé despacio, intentando evitar hacer ruido que la avisase de que me acercaba, fue imposible, el ruido de mis pasos en la calle silenciosa se repetían en dos o tres ecos. Caminé erguido, miré hacia la ventana y observé que la tela blanca estaba levantada. Allí, si allí, la vi como me miraba fijamente, pude dibujar con mis ojos su contorno y llevarla a mi retina donde quedaría grabado perpetuamente.
     Durante la semana que pasé en esa ciudad mi maratón  transitó entre aquella calle torcida y aquel viejo palacio. Cada vez que pasaba la cortinilla se levantaba Dibujé con palabras sobre un lienzo de pasión  los mágicos momentos que me proporcionó y que conservo sólo para mí en el baúl de mis memorias.








RETAZOS DE UN RECUERDO II


      Sí… fue la primera tarde de su ausencia, donde expectante al tintineo de sus zapatos avisadores de su llegada, esperaba tras mi visillo de puntilla  blanca, al más grácil de los hombres, un tipo sin un nada espectacular pero con un todo especial. Altanero y misterioso, el cual pegaba su mirada en mi cristal, donde yo le ofrecía mi silueta como premio.
     En balde esperé toda la tarde clavada en la vieja ventana, sin apartar mis ojos de la sinuosa calle donde un aire pegajoso se iba haciendo hueco en mi corazón a medida que pasaban las horas inciertas. Inútilmente soslayé aquel mirador con la esperanza de verle aparecer con su cálida mirada puesta en mi atalaya, objeto ya de mi sueño y delirio más ardiente de mis noches y mis días.
     Una tarde salí, el día estaba triste, como triste estaba yo,  un cielo gris encapotado amenazando lluvia, el aire gemía por la angosta calle, acercando en sus ráfagas una sinfonía misteriosa que no conseguí adivinar. Mi rostro sentía el frío y húmedo aire y hasta diría que helaba el alma con su soplo glacial.
     Anduve no sé cuánto tiempo por los barrios más cercanos y recónditos, absorta y compungida, con la mirada vaga y perdida, realicé un maratoniano recuento de los momentos vividos y me preguntaba porqué no me atreví a darle una señal. Una indicación que le hiciese pensar como ansiaba mi cuerpo retozar con él entre las sábanas.
     El cielo oscurecía, el aire soplaba con más ímpetu y más brío y habían comenzado a caer unas enormes gotas de tormenta cuando, sin saber como, pues ignoraba el camino que me había llevado hasta allí, me encontré en una pequeña plaza casi redonda, en su contorno un pórtico de piedra cobijaba a un joven pintor.
     La casualidad quiso que fijara mi vista en el artista que en carbonilla sombreaba a un joven y atractivo caballero. Experimenté un sentimiento de angustia al evidenciar que ese dibujo pertenecía al caballero que había detenido su mirada  días pasados en mi ventana.
     Sonsaqué al pintor y me asombré cuando me contó que este dibujo tenía aviso de donarlo en la dirección  de mi morada, junto con una carta para la dama de la ventana.