Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

domingo, 26 de diciembre de 2010

UNA CITA DE CINE



     Fue en un partido de rugby de la universidad cuando recalé por primera vez en Luís. En un lance del partido uno de sus adversarios se aferró con tal fuerza a su camiseta, que ésta se abrió dejando su pecho al descubierto, mis ojos se prendaron de aquel torso semidesnudo, y una aguda punzada invadió mi estómago. Mi interior se revolucionó y una nueva ilusión brotó cálida como un ardiente geiser en mi pecho.
     Desde ese momento le busqué por todas partes intentando que se fijase en mí, tuve que sacar las mejores prendas de mi armario para llamar su atención. Irremediablemente, en menos de una semana, conseguí el objetivo.
     Una tarde mientras trajinaba con unas amigas los apuntes de la clase en el césped que rodea el recinto universitario, se presentó frente a mí, pidiéndome  acompañarle al cine el próximo sábado. Un sí tartamudeado fue mi respuesta y una sonrisa con aires pícaros escapó por la comisura de su boca, posiblemente por el brillo de mis ojos que delataban la alegría de esa cita.
     Llegó el sábado, con él la esperanza de una tarde de ensueño. Cinco minutos antes de lo pactado ya merodeaba por los aledaños de mi casa como un león enjaulado y, aunque estaba lista, preferí hacerle esperar cinco minutos. Por primera vez salía de mi casa respaldada por un hombre que no fuese mi padre.
     Entramos en el cine, compró dos refrescos y un enorme cucurucho de palomitas de maíz para compartir. Buscó un lugar recóndito donde pudiésemos pasar desapercibidos. Las luces de la sala se apagaron de golpe y, con la misma rapidez con que desapareció la luz surgió mi nerviosismo, dando paso a una penumbra que invadió aquel espacio y parte de mi alma. Su mano se deslizó por detrás de mi cabeza, sentí el calor de sus dedos en mi hombro, me quedé inmóvil sin poder reaccionar y permanecimos así unos segundos. De pronto, me giré y  encontré sus  ojos clavados en los míos, se aproximó y posó sus labios en mi boca ansiosa mientras cientos de sensaciones bullían por mi cuerpo acelerado. Simultáneamente, la otra mano de Luís se posaba en mi rodilla y comenzaba un impetuoso ascenso. Mis manos azoradas corrieron ávidas y sujetaron con frenesí aquella mano que intentaba explorar mi cuerpo.
     Luís  cejó en su empeño y entrelazó sus dedos con los míos permaneciendo así hasta el final de la película.
     Fue una tarde maravillosa y llena de nuevas sensaciones que calaron hondo en mí.


jueves, 23 de diciembre de 2010

Allí donde no debo bañarme

Allí donde no debo bañarme
va mi cuerpo mojado de deseo.
Allí donde no debo soñar
parte el  manantial de mi sueño.

Agua eres en mi verde primavera,
en mi invierno frío puro hielo.
Agua al fin y al cabo de ese río
que aplaca  la sed de mi desierto.


 Atiza el fuego

Atiza el fuego de mi cuerpo con un beso
y haz que se funda mi piel como de cera.
Arranca un suspiro del árbol del  gemido
con tus dedos, la  monotonía que me acecha.

Visita la estancia de mis fríos huesos
con el cáliz que brota de tu  boca hervida,
y prende con el fuego de tu ardiente  pecho
mi espalda silente de pasión sin vida.


jueves, 16 de diciembre de 2010

REVIVIENDO ILUSIONES

     Pensando sobre qué escribir y contando con la benevolencia de quien me encarga hacerlo, me he dispuesto a emprender la tarea de narrar con palabras personales  y adentrarme en el laberinto de la originalidad, hasta hallar algo que resulte agradable y divertido para todo aquel lector que se aproxime a este articulo.
     En este momento crítico en el que todo parece girar alrededor de esa acuciante e imperecedera crisis, es preferible hacerle un requiebro y buscar otro tema que nos permita sacar del desván, esos momentos memorables y mágicos de nuestra etapa adolescente y juvenil, que supieron aportar felicidad a nuestras vidas, distraernos unos instantes del rodaje diario y volar a ese mágico país de los recuerdos, donde tantos y tantos detalles se perdieron por no recuperarlos.
Intentémoslo.
     Bucead conmigo en ese baúl lleno de remembranzas maravillosas…
     Hoy quiero adentrarme en el mundo de la música, escudriñar esos viejos acordes que marcaron época en nuestras vidas, y analizar cómo ha sido la evolución de la música en los tiempos cercanos. Pretendo modelar sobre este pliego las diferentes formas de diversión de cada uno de los que todavía tenemos la fortuna de poder ver un nuevo amanecer, la satisfacción de observar tras los cristales un día de lluvia o el gozo de sentir los rayos del sol sobre nuestros rostros.
     Me propongo que todos, sin excepción, os sintáis verdaderos artífices de este paseo por la música y su intríngulis, unos con cierta pero agradable nostalgia y otros con un  presente tan real como la vida misma.

     Si algo podemos decir que ha sido y es el denominador común entre las distintas generaciones para deleitarse en tiempos de ocio y ser cardo de cultivo para las relaciones amorosas,  eso es sin  lugar a dudas “la música”.
     Estoy seguro de que cada uno tiene el convencimiento de que no hubo música equiparable a la de su época, notas llenas de sensualidad que sonaban en la sala  aturdiendo sus sentidos y provocándole una sensación de agradable ingravidez. No obstante, pienso que cada una de ellas tiene su respectivo encanto,  por eso y sin otro propósito que deleitaros, tras averiguar lo necesario y contrastar lo que dudo, haré mi particular versión.
     Desde lo alto de la atalaya del tiempo, he compartido los secretos de los mayores y he escuchado sus palabras mientras su pensamiento se trasladaba a ese período en el que se moceaban al compás de los acordes de su tiempo. He recuperado, no sin nostalgia, las canciones que sonaban en mis fiestas de juventud y me he dado cuenta de que diferentes estilos provocaron en nosotros las mismas sensaciones, la música crea unos finos lazos invisibles que atraviesan barreras y destruyen las manecillas del reloj del tiempo.
     No sabéis con qué avidez narran nuestros mayores aquellos períodos… como si en ese momento se dieran cuenta de que la juventud se había escurrido entre sus dedos marcando el ritmo de su melodía preferida. He visto chispear sus ojos con la mirada perdida en el horizonte, desandando en el espacio y rebuscando pinceladas, antaño olvidadas, que poco a poco van acudiendo de nuevo a su memoria.
     Les escucho y les animo a seguir. Lentamente arquean sus brazos gesticulando con las manos mientras una sonrisa se dibuja en sus labios… es una sonrisa de satisfacción por haber recuperado por unos segundos aquellos momentos de felicidad. Siguen recordando y veo como se ensanchan las alas de su nariz para atrapar el aroma a colonia de esa chica que tanto les gustaba y a la que sólo podían acercarse los días de fiesta mientras sonaba la música del acordeón, acompañada de vez en cuando por una pequeña batería provista de pocos elementos, pero que hacía las delicias de los asistentes. En esos intervalos en los que los recuerdos afloran, todos somos capaces de relacionar sensaciones y olores con cada una de nuestras canciones favoritas.
     Les escucho con gran entusiasmo, hacen una pequeña pausa en su locución y dejan caer los párpados asintiendo con la cabeza para indicarme que no han perdido ni un detalle y que les ha vencido la añoranza…
     Sus recuerdos se remontan a aquellas tardes de domingo tan deseadas, a aquellas noches llenas de distracción, una mágica pausa en la semana que esperaban como el agricultor espera un día de lluvia y de sol. A pesar de que las circunstancias eran menos favorables de lo que son hoy en día, era allí donde encontraban la forma de aparcar los problemas para centrarse única y exclusivamente en el baile, era allí donde con unos escasos medios musicales los artistas conseguían poner en órbita a todos  los presentes.
     Dos eran los lugares más frecuentados de aquella época, uno era el baile de Lumbrares y el otro el del Capitol. Bailar… bailar y buscar con los ojos aquella muchacha que nos tenía en vilo desde el domingo anterior. ¿Habrá llegado ya? Los pies se cruzaban en la pista siguiendo el ritmo de la música y el corazón se nos salía por la boca hasta que conseguíamos descubrirla bailando junto a sus amigas.
     En estos locales sonaban los pasodobles, las rumbas, los tangos, los valses y alguna que otra melodía inventada por el intérprete de turno, que procuraba hacer las delicias de los jóvenes. Una cuerva era la encargada de eliminar esos gramos de timidez y de inyectar el suficiente valor para aproximarse a la moza elegida y decirle: ¿Bailamos? … Un cúmulo de sensaciones reunidas bajo el alumbrado de unas simples y tenues bombillas, sobre un piso irregular en el que, en ocasiones, debían realizarse verdaderos malabares para no perder el ritmo y el equilibrio.
     Era bastante frecuente ver a dos chicas bailotear formando pareja hasta que se acercaban dos chicos para separarlas y danzar con ellas, como también era habitual, en los bailes de noche, ver a las madres de las chicas sentadas en las sillas alrededor de la pista vigilando cada uno de los movimientos de sus pupilas y encontrar algún cotilleo del que hablar durante los sucesivos días.
     Supongo que cada uno de los protagonistas que vivió ese momento tendrá sus particulares anécdotas, vivencias de cómo en tal día, a tal hora y en tal baile conoció a una muchacha, le pidió bailar con ella y después… ya nunca más se separaron, se miraron a los ojos y se tomaron de la mano para seguir al compás del mismo baile hasta el fin de sus días.

     Quiero, antes de retornar otra etapa, dejar una carta encontrada por casualidad, de un chico enamorado que escribió unas letras a su amada.

Mi estimada Carmen;

     Deseo que cuando recibas estas humildes letras te encuentres tan bien como lo estoy yo. Hoy quiero escribirte algo que fluye en mi corazón, deseo comprobar si verdaderamente soy capaz de trasladarte aquí conmigo cuando leas esto, o si consigo que puedas percibir cual es mi estado en este preciso momento en que pienso en ti. Es un intento romántico que me acerca a la literatura para describirte esas situaciones tan cotidianas y próximas de cómo han sido las últimas horas pasadas contigo en esa sala donde bailamos juntos la canción que ya la considero nuestra.
     No siempre uno encuentra el secreto para descifrar los códigos de la vida, esos códigos traviesos aderezados con tonos de colores, los cuales uno interpreta de múltiples maneras. En esta noche fresca, que no fría, tras dejarte después del baile frente a la puerta de tu morada, mi mente deambula, mi inquietud hace su apuesta, y yo quiero comprometerme en dejarte una pequeña muestra.
     Retales de noche, plegarias de loco, susurros de viento, acordes de místico… sé que para la mayoría de las personas carentes de sensibilidad y desconocedoras del verbo amar, pasarían totalmente inadvertidos, sin embargo apuesto que no así para ti.
     Son pequeños retazos, pinceladas sobre ese maravilloso lienzo que es la vida, donde tú has dibujado unos trazos llenos de  policromía que me han despertado infinidad de sensaciones a tu lado, una vida repleta de música y color que quiero compartir contigo hasta la eternidad.
     Espero y confío que tú, Carmen, sientas algo similar y me des una respuesta positiva a estos sentimientos que me desbordan.
Tu siempre afín Luís.

Vaya con el tal Luís, ¿eh?
     Un amor que despertó seguramente en una de esas salas de baile a media luz...
     Y a vosotros, ¿os ha sucedido algo parecido? Seguro que cada uno guarda un secreto escondido en su corazón, un pequeño arañazo que os dejó esa huella que ahora recordáis al leer estas letras.


lunes, 13 de diciembre de 2010

Cien palabras y un estado de ánimo

Agreste senda que el hechizo atiende,
que sol de lunas en su campo vuela.
Que son razones, las que nos entienden
y los sinsabores quien nos atormentan.
Si vestido vienes, de carbón y brea
y en tus aledaños del alma, la canción no suena.
No busques consuelo debajo de la parra,
que el aire de otoño alejo su sombra,
la dejó desnuda, solitaria y muerta.
Mírame en mi pecho que una llama prende,
del fuego olvidado, del amor sincero.
Arrójale el odre de aceite y ensueño,
que avive la hoguera de los sentimientos
y queme la madera de las penas.



lunes, 6 de diciembre de 2010

UNA VISITA NAVIDEÑA



    Una vez más como cada invierno, me dispongo a realizar una visita habitual y muy entrañable, pero este año en uno de los hogares que normalmente visito, algo ha cambiado…
     Al asomarme por la ventana de la Navidad descubro a mis ancianos tíos con unos ojos fatigados. Observo como la línea de la felicidad  se difumina en sus rostros, igual que el arco iris con la caída de la tarde y detecto el rumbo de la alegría varado en el mar del desencanto, sin aire y sin  brisa que insufle las velas del barco que les permita volver a navegar cálidamente por el océano de la esperanza.
     Recuerdo esa viveza de antaño en sus miradas, cuando relatábamos sin cesar anécdotas vividas, hasta terminar con la botella de cava reservada para la ocasión.
     Hoy he visto entre bambalinas la sombra de la ilusión dormida en un profundo sueño del que tal vez nunca más despertará.
     El tiempo, en su inexorable carrera, ha dejado una  huella y una pesada carga sobre sus almas y no hay forma de poder frenarlo. Intento en vano mitigar esa apatía que produce la vejez, preguntando qué le han pedido al nuevo año que se avecina. Me sorprendo como se pierden sus miradas en el abismo del asombro a mi pregunta y sus pupilas apuntan sin brillo al infinito en busca de una respuesta que no llega.
     Me hago acopio del ánimo que viaja en estas fechas y logro una tímida sonrisa arrancada de la glándula del dolor que me produce esta escena casi tétrica, deseo con  anhelo  que se les contagie para alejar la pena y el  infortunio de su hogar.
     La vida es tan caprichosa que no quiso dotarles de hijos que avivasen la llama de esta morada, donde el último rescoldo de júbilo toca a su fin.
     Se ha difuminado ese número de variedades que nos hacía sonreír animadamente, cómplices de la aventurada Navidad y donde nos permitíamos el lujo de trazar planes para el nuevo año. Suenan las últimas notas del viejo saxofón de mi tío y los acordes de la guitarra cansada de mi tía.
     Me despido de ellos con un rotundo deseo, le pido al Niño Jesús recién nacido, con la más absoluta humildad, que interceda por ellos y que les contagie e impregne  de esa magia que  aporta el verdadero espíritu de la Navidad.



martes, 30 de noviembre de 2010

 Que jamás se acabe

Que jamás se acabe el tiempo de tu día,
que provoquen tempestades tus quimeras
y en las calles desiertas de tu alma
se levanten floreadas primaveras.

Que la fe que perdiste una mañana
se despierte del letargo en luna nueva
y bajo el arco que cobija tu alegría
se bosqueje una sonrisa lisonjera.


…Y quiero predicarle

…Y quiero predicarle al mundo atónito
la pasión que nace en el lecho eterno,
un remanso de amor que a veces sufre
cuando se haya alejado el pensamiento.

Cuando la soledad venga a buscarme
y me lleve a la senda del reencuentro,
moriré si, moriré suspirando por tu amor,
construyendo para siempre ese momento.

sábado, 27 de noviembre de 2010

UNA HERMOSA PLAZA


     Fue uno de esos avatares que nos brinda la vida, cuando llegué por casualidad a un destino diferente. Allí encontré una pintoresca plaza adoquinada con pequeñas piedras de diferentes tamaños y formas que, colocadas anárquicamente, diseñaban insólitas imágenes sobre el suelo.
     Me sentía apesadumbrado y el desencanto que me envolvía en ese momento se disipó como niebla en la mañana. Comencé a recorrer con la mirada  cada rincón de la plaza,  deteniéndome con la vista en cada uno de los detalles que la rodeaban e intentando percibir toda su hermosura. Las edificaciones que configuraban su forma irregular, no eran menos extrañas y dignas de análisis.
     Por su parte norte la cerraba una hilera de pequeñas casas con minúsculas ventanas y titánicas chimeneas rasgando el cielo desde sus tejados de pizarra. Balcones de forja estrechos, cobijaban macetas repletas de flores que proporcionaban colorido y aroma a todo el entorno. Podría tergiversar mi apreciación y decir que el terruño donde se apostaba aquella plaza era inhóspito y deslucido, pero mi conciencia me tacharía de ingrato.
     La zona sur estaba flanqueada por un paredón de piedra caliza propio de un castillo. Sobre sus murallas hercúleas escalaba la hiedra vigorosa, luchando y aferrándose a la vida y a la tapia como una lapa. Una gran puerta de madera envejecida, marcada por las cicatrices del tiempo, ventanas protegidas por celosías translúcidas y un escudo esculpido en piedra, otorgaban un señorío especial a la construcción.

     En su lado oeste se alzaba una edificación con puertas en forma de herradura y engalanada con múltiples arcos de media punta en cuyas columnas se mostraban bajorrelieves de piedra con innumerables escenas históricas, labores caprichosas que las dotaban de un toque místico y significativo.
     En el sector este, una iglesia ancestral. Sobre su portalada, unos doseles reproduciendo imágenes bíblicas de santos y vírgenes, en cuyos pies se escenificaban los hechos milagrosos que les llevó al altar. Al elevar ligeramente la vista se apreciaban  dos minaretes de piedra pulida y llenos de filigranas. En el centro  de la fachada principal se alzaba el campanario con  tres campanas dispuestas para llamar a la oración y para acompañar la languidez de sus fieles.
     Una plaza custodiada por el embrujo y el encanto, que invita al visitante  a salir de ella conmovido y subyugado.
    
     Prometí dedicar un humilde homenaje a esta plaza y narrar con sencillez la magnífica impresión que dejó en mí aquel alegórico lugar.


martes, 16 de noviembre de 2010

Como pudiera frenarme

 Soneto.

Como pudiera frenarme ante tu frente
y alejar de tu  rostro la tristeza.
Como quisiera dormir en tu corteza
como duerme la noche en occidente.

Quién alcanzara pasar indiferente
ante el muro que desprende tu belleza,
y suavizar con mis manos la aspereza
que  impide seas  feliz y sugerente.

Hondo el dolor que florece desde el alma
que viene y va arrastrando mi condena,
sin conseguir poner la  mar en calma

dejando  tras de sí la ola de la pena.
Quiero ver sobre el arco de mi palma
cernerse la alegría de tu arena.




REFLEXIÓN DE UNA ROSA



     Hacía más de cinco minutos que el sol se había puesto y sin embargo yo permanecía a la sombra de un árbol. Mi vejez me permitía  poder reflexionar sin prisa, era una de las pocas cosas que todavía podía hacer sin molestar. No puedo determinar en que pensaba en ese momento, mi espíritu estaba abstraído y mustio, pero quise fintar a la vida y centrarme en el paisaje, refrenando mi pensamiento en un  elemento del entorno.
      Observé un rosal, que formaba un entramado de dos arcos casi perfectos, ensamblados y enaltecidos por espinosas ramas a la vez que engalanados por verdes hojas. Sobre las ramas lucía decenas de rosas rojas.  Me fijé en dos de ellas que, una frente a otra y con el suave movimiento de la  brisa de la tarde, parecía que mantenían una armoniosa charla.
     Mira tú por dónde, escuché  como  una decía:
     - ¿Recuerdas la mañana en que nos abrimos al mundo y vimos por primera vez la luz del sol? Qué bonito fue oír cantar por primera vez al pequeño jilguero. Cómo disfrutábamos asomándonos entre las hojas para ver correr el agua del riachuelo. Añoro las noches maravillosas de luna llena, cuando el silencio solamente era interrumpido por el croar de la rana y el canto del grillo.
     Cómo nos divertíamos desplegando nuestro aroma, para que quien pasase cercano se aproximase a cotillear. Me vienen a la memoria la infinidad de mariposas y abejas que se han posado sobre nuestros pétalos y nos han narrado  aventuras increíbles.
     Nosotras, jóvenes y esbeltas, siempre pensando en realizar alguna travesura, como cuando se acercó aquella cabra con no muy buenas intenciones y agitamos la rama para que se le clavase una espina en el hocico, obligándola a partir como alma que se lleva el diablo.
     Cuánta estupidez hemos visto a lo largo de nuestros días, sin poder evitar que nada cambie.
     Hoy  amiga mía, me invade la decadencia de la vida, aquella  de quien todos huyen y se alejan, buscando  rosas más jóvenes, más bellas, más aromáticas. Observa, nos encontramos olvidadas en un grandioso rosal, para el que comenzamos a ser una dura carga. Lo sé, hemos tenido nuestra época  de gloria. Esperamos orgullosas a que llegue el vendaval y, nos arrastre por la llanura hasta convertirnos en ceniza.
     Sólo pido que aquellos que se cruzaron en nuestro camino, guarden en su corazón el recuerdo de nuestro aroma.

… Y así fue, ese aroma dulzón que desprendían se quedó prendido en mi como su imagen.





jueves, 11 de noviembre de 2010

EL DUENDE DE MI ORDENADOR



     Hace tiempo que tengo la tentación de escribir sobre el duende de mi ordenador, un duende que acapara mi atención y que hoy es su aniversario.
     Hace un año, indagando por las páginas literarias con la ayuda del Google, llegué a una donde anónimos poetas dejaban su huella impresa en verso. Unos poemas dedicados a su padre por parte de una chica tocaron mi fibra y pregunté a mi hijo la forma de poder contactar.
     Fue mi primer nick agregado en mi cuenta de Messenger y con la primera que me di de tortas internautas para aprender a comunicarme por este medio.
     Un comienzo donde su paciencia no tuvo limites. Su  nick  gotic - girl  666 era el número del diablo, y sin embargo  es el ángel de mi ordenador. Hoy estamos concatenados por este medio y mientras quiera seguiremos así.
     Hasta aquí os parecerá normal, pero aquí es donde todo cobra otra dimensión, un sentido más espiritual.
     Al inicio hablamos y expusimos nuestras, aficiones, trabajos, problemillas personales, sentires, pesares, vicisitudes...  siempre guardando las formas en el más estilo puritano. Ahora llevamos más de diez meses sin decirnos nada,  he llegado a un estado que no necesito charla para sentirla cercana, solamente ver que esta conectada es suficiente para sentirme unido a ella.  Conozco la forma de eliminar un nick, incluso existe la posibilidad de no admisión, y sin embargo nunca se  me ha ocurrido hacerlo.
     El desencanto no ha llamado a mi puerta y debo admitir que me fascina cuando la veo resplandecer por el rincón de mi portátil anunciándome que existe.
     Sé que echa mucho de menos a su padre que la abandonó de una forma prematura, que le gusta la poesía que utiliza como válvula de escape, que corre a menudo por el Retiro y que estudia en la Complutense.
     Es el hada que me ayuda a alejar la bruma de la nostalgia cuando hace su aparición por mi vida.



domingo, 7 de noviembre de 2010

UN EXTRAÑO CUADRO


     Hace unos días en mi devenir por las calles de un pequeño y entrañable pueblo, entré en una tienda de regalos, y mira tú por dónde me prendé de un curioso cuadro, donde una bella dama permanecía sentada sobre una roca impregnada por un musgo verde y brillante, mientras el océano bañaba sus pies.
     La enigmática mirada de aquella dama apresaba a quien contemplaba la pieza. Me invadió la sensación de que el pintor lo realizó en un momento lúcido  de inspiración.
     Yo, que buscaba quien me acompañase en mis largas horas de soledad, pensé que este cuadro rompería mi hastío y mis eternas noches de insomnio.
     Pregunté el precio y la dueña me dijo que eran 90 euros, me repetí el precio un par de veces en voz baja y sin meterme en más dilaciones, opté por comprarlo.
     Me lo embalaron correctamente y el deseo de verlo colgado en la pared de mi casa provocó un revoloteo de mariposas  sobre mi estómago, mientras lo apresaba contra mí,  síntoma que hay quienes achacan a estar enamorado.
     Una vez colocado en el salón comencé a ofuscarme con él, no podía apartar mi mirada de aquella chica rubia ondeando su pelo, el agua refrescando sus pies y sus ojos fijos en mí.
     Parecerá extraño y no me quiero extrapolar en el comentario, pero llegué a la conclusión que esa mujer tenía vida y que me seguía allá donde me encontraba. Yo, una persona habituada a estar solo, no terminaba de adaptarme a aquella situación tan seductora.
     Pasó el día, llegó la noche, me metí en la cama y me acomodé lo mejor posible sobre mi mullido colchón, mi cuerpo estaba extenuado por el  ajetreo y la  agitación. Dormí de un tirón.  
    Por la mañana,  un olor a carne asada me hizo despertar; me levanté, me dirigí a la cocina, y sobre la mesa encontré unos huevos fritos y un filete de panceta invitándome a ser devorados. Nadie a la vista, miré y remiré hasta comprobar que estaba solo. Al entrar en el salón y reparar en el cuadro, mis ojos advirtieron como la chica me ofrecía una tierna sonrisa.
     Quizás todo haya sido fruto de la imaginación o una extraña visión óptica, pero de igual modo, a partir de ese instante, la soledad y el hastío desaparecieron de mi estancia y de mi corazón.




viernes, 29 de octubre de 2010

Me despierto

 Me despierto

Me despierto vacío e indolente
bajo el árbol que abrigó suspiros,
y descubro que bajo su sombra
se refugian tu magia y mi hechizo.

Y mis ojos colmados de noche
se despejan para ver camino.
Por él anda el verso, la canción, la luna,
se acunan dos almas y a lo lejos…se oyen trinos.


Será éste el tiempo

Será éste el tiempo de horas  alocadas,
susurros de noche, vísperas de encuentro,
pieles profanadas por bocas con deseo,
dos seres atrapados por el brujo tiempo.

Amanezco buscando una alborada,
una cima eterna donde acunar mi sueño.
Me llevaré  un fragmento de tu alma
                          que sirva de bálsamo, en mi crudo invierno.                       




jueves, 28 de octubre de 2010

LA PRIMERA VEZ



     El viaje hasta el lugar indicado había estado cargado de nerviosismo, era mi primera vez y algo en mi interior me invitaba a salir corriendo y no aparecer por ese lugar.
     Quise fenecer, de esa forma me libraría de pasar ese mal trago que supone una experiencia de esa índole. Tomé aire, pensé en un recuerdo bonito, me animé y me dije, todos han pasado por aquí y hoy,  tan felices, ese fue el aliciente para con paso decidido presentarme allí.
     - Buenas tardes, me llamo María vengo buscando a Juan, le expliqué a la chica que estaba detrás del mostrador.
     - Muy bien ahora mismo le llamo, con las mujeres es el mejor - me comentó mientras esperábamos. No sé qué tipo de estrategia emplea, pero  le puedo garantizar que todas quedan maravilladas con su habilidad. Tiene mucha paciencia, ejerce una sanación personal sobre los nervios de las principiantes.
     - Precisamente es lo que vengo buscando, me  lo han aconsejado  para iniciarme. Respondí con amabilidad.
     Apareció con aire desaliñado y muy demacrado, el paso de los años había dejado su huella en aquel rostro taciturno.
     - ¡Hola soy Juan!  Saludó extendiendo la mano  y mirándome de arriba abajo visualizando todas y cada una de la partes de mi cuerpo.
     Aspiré profundamente y le devolví el saludo.
Lo más importante María es la posición, se apresuró a decirme con un suave timbre de voz mientras nos colocábamos. Apoya bien la espalda, abre ligeramente las piernas, ponte cómoda, es muy importante que estés relajada.
     Cuando la tengas entre tus manos percibirás su dureza, trátala con suavidad, sin brusquedades, aguarda que esté todo bien lubricado. Antes de introducirla, baja el ritmo, al entrar, acelera ligeramente hasta conseguir  la armonía con tu cuerpo, así comenzarás una relación cómplice que te  hará descubridora de  sus vibraciones.
     Me apliqué con interés y en un paraje donde unos pájaros en unas ramas fueron nuestros únicos espectadores, la metí hasta el fondo, sentí un deleite interno y mi cuerpo agitado y sudoroso se estremeció a su voluntad, sólo comparable a una noche acuática bajo la luz de la luna rodeada de luciérnagas iluminando el mar.
     Llegué al punto indicado con una precisión meridiana. Juan me felicitó por haberlo conseguido sin incidencias. Y en ese momento de éxtasis hicimos un cambalache, el osito de las llaves del coche por mi colgante de la buena suerte.
     Así se desarrolló mi primera práctica con un Seat 133.



martes, 26 de octubre de 2010

¿…OS ACORDÁIS DE ALFREDO?

Os quiero contar uno de los más singulares recuerdos de mi niñez, el entrañable retazo de un personaje que se quedó guardado para siempre en el desván de mi infancia, dejando un rastro de magia tras de sí que, siempre desde mi óptica personal, hizo mella en aquellos tiempos, por su forma tan simple de afrontar el día a día.
Alfredo era uno de esos tipos lugareños que tenía una forma exclusiva de interpretar la vida, una manera diferente de vivirla y eso hacía que cualquiera que se le acercaba deseara compartir su amistad. En sus ojos sólo se reflejaba la transparencia de su alma noble y serena, y en su rostro cuarteado se dibujaban los surcos del paso del tiempo, concentrados en sus pómulos y en el trazado de su frente.
Cada pliegue, cada arruga eran la síntesis de tantos años agrios, de toda una vida absolutamente pintada con matices pardos. Los años incidieron en su imagen de faz quebradiza y mirada astuta, pero no doblegaron su actitud afable de magnánima cordialidad ni el timbre de su apacible voz.

En sus años mozos, Alfredo fue un hombre lúcido, capaz de mostrar sus sentimientos como cualquier otro y diestro en demostrarlos, pero con el paso del tiempo, sin un motivo aparente, comenzó a transformarse,+ convirtiéndose en un hombre de corazón ermitaño. La evolución fue tan lenta, que ni siquiera él mismo pudo notarla. Un día se levantó y descubrió, simplemente, que no recordaba la última vez que había reído y no pudo recuperar la imagen de su cara sonriendo.
Aún así, lejos de incomodarle el cambio, se adaptó con agrado a la nueva situación que había descubierto, de modo que aligeró su vida de cualquier afecto externo para cohabitar en soledad con sus propias miserias como cualquier hombre solitario.

Alfredo nunca tuvo un trabajo formal, pero desbordaba astucia para la creatividad. Con su ingenio y su capacidad observadora fue capaz de inventar y construir artilugios que quedaron guardados en la memoria de aquellos que, como yo, le veían a través de un prisma lejano. Sabía ganarse la simpatía de todos; de los mayores, afilando con maña cualquier tipo de instrumento que lo requiriera (cuchillos, tijeras, hachas, tranchetes,…) y de los más pequeños, insertando las puntas de los trompos a quienes lo precisábamos.

Era capaz de inventar, para sí mismo, tareas y diligencias que aunque no eran necesarias, simulaban que llevaba una vida ajetreada, así se convencía de que su existencia tenía algún sentido cuando, en realidad, todo indicaba que su mundo se reducía a un sencillo y lento deambular por la vida. Había acuñado la frase “soplen y marchen”, que regalaba a todo aquel que se aproximaba con oscuras intenciones, consiguiendo despacharle mientras él se tomaba su acostumbrado chato de vino en la barra del bar.

El tiempo endureció sus rasgos, sus arrugas y… sus desengaños, al mismo tiempo que enardeció su dureza, entonces ya absolutamente pétrea, y barnizó la opacidad de su mirada como un peñasco cuyos embrujos caen rendidos ante la magia de la naturaleza para diluirse luego en el ambiente.

Alfredo poseía una extraña naturaleza, extremadamente fuerte por un lado pero a la vez vulnerable y sensible. En los días previos a las fiestas del pueblo se transformaba en otra persona, esperaba la llegada de las bandas de música como un niño espera su regalo de Reyes y así, de la noche a la mañana se convertía en otro, aparentando ser el dueño y señor del universo. Mientras sonaba la música, empuñando en su mano un pequeño palo a modo de batuta, paseaba por las calles de su querido Vara acompañando a la banda.

Nunca es demasiado tarde para proyectar un pequeño homenaje a un gran protagonista que, aunque ya en el ocaso de su vida, se ocupó en temas que hoy en día son de gran valor, por decir que fue el primero que, sin querer o quien sabe cómo se le ocurrió, aplicó lo que hoy llamamos reciclaje; consiguió transformar una lata de chapa contenedora de aceite para motores, en dos hermosos recogedores, con un esfuerzo tan simple como ingenioso, cortándola en diagonal y añadiendo un par de ligeros mangos de madera. Todos los hogares del pueblo usaban ya en aquella época uno de esos creativos y prácticos recogedores de Alfredo, llegando también a oídos de los pueblos vecinos.

Su capacidad y su ingenio no tenían límites, así lo demostró aquella mañana de primavera cuando apareció montado en su bicicleta a la que había sustituido el manillar tradicional por un volante de coche, causando la admiración de todos aquellos que, atónitos, le observaban a su paso. Aquella bicicleta acabó bajo las ruedas de un camión, en un aparatoso accidente en el que casi pierde la vida.

Incluso era estrambótico y peculiar en su forma de vestir… siempre pantalones con tirantes, como si tuviera miedo a perder los calzones, y con esa manía tan suya de recoger del suelo las cajetillas vacías de Winston para rellenarlas de cigarrillos Celtas, sin saber exactamente con qué fin.

Pudo haberle llegado el fin de sus días en cualquier momento, coronando así una vida transcurrida sin penas ni glorias, pero Alfredo se sentía seguro de sí mismo y afirmaba burlescamente que “mala hierba nunca muere”. Lo que él no vislumbraba ni por asomo era que la muerte es más piadosa que la vida y que, en realidad, le concedía más tiempo para ofrecerle la posibilidad de retractarse. No quiero dar a entender que la muerte le rondara, pero sí que es más fácil imaginar que nunca hubiese elegido encontrarse con ella donde y tal como le llegó. El destino a veces es tan caprichoso que rompe los esquemas de aquellos que creen tener el plan perfecto para recibir su final.
Para que una roca se rompa, lo único que se precisa es tiempo, incansable e inexorable en su eterno persistir y así fue como, sólo él, pudo doblegar finalmente la peculiar existencia de Alfredo…

viernes, 15 de octubre de 2010

Permíteme


Permíteme que abra la cortina
que impide a la luna de mi alambra
herir en el ocaso de tu rumba
y entrar con la ternura desbocada.

Permíteme sacar del laberinto
abrazo,  acento, duende, palabra…
sonrisas que se eleven sobre el lago
tamizado por tu  voz, hecha cascada.

Permíteme alejarme de la noche
que esconde pesadillas en su rama
completas de silencios conquistados
por la fuerza de un alma enamorada.

Permíteme alojarme en ese cuerpo,
ser  intruso al capricho de tus ansias
y bregar inconsciente sobre el mar
que aproxima con sus olas tu alborada.

Y quizás en otro espacio compartido,
seré cordero de blanco disfrazado
balando sobre el cuenco de tus ojos,
brillante, incierto, vivo y angustiado

miércoles, 13 de octubre de 2010

EL OCASO DE UN SENTIMIENTO


     Ignoro el motivo de haber nacido y si tengo en esta vida alguna  misión concreta que realizar. No sé, por tanto, si lo que hago en cada momento está bien o mal, ni conozco el rumbo hacia el cual dirigir mi barco,  hoy carente de timón.
    Hace mucho tiempo que un ajar de inquietud se apoderó de mi espíritu, dejándolo a merced de un destino tardío en definición.
     Mientras tanto, espero una luz iridiscente en el horizonte que me indique. En los templados días del otoño que ahora nos invade, es cuando por mi cabeza bullen sueños utópicos y por mi corazón navegan  deseos incontrolados.
     Noto como el cielo cada día es menos brillante, veo como el azul del mar reverdece con el paso de las lunas. Percibo una brisa perezosa y tibia pululando a mi alrededor, cargada con el perfume de la añoranza y vestida con el  rocío de la desidia. No siento por mi cuerpo recorrer en armonía ese dulce y sutil fluido llamado sangre, aunque  intuyo que la hecatombe se va alejando en busca de un nuevo prosaico a quien arruinar.
     Flanqueo la otra  orilla de la vida  esperando un mañana  donde la indolencia y la mentira deserten de la estancia de esta órbita, y cedan su territorio al amor sincero y sin remilgos.
     Y va pasando mi vida; hoy como ayer, posiblemente un mañana semejante a hoy. Solamente en ocasiones concretas, mi casi inalterable serenidad se turba ligeramente como el agua de un lago en el cual arrojan una piedra formando esos círculos concéntricos que se van difuminando en la superficie, eclipsados por el viento y las corrientes.

lunes, 11 de octubre de 2010

EFEDRA



Ella permanecía sentada sobre la cama con la mirada fija en la ventana, su cuerpo permanecía en aquella habitación pero su mente deambulaba por algún recóndito lugar, perdida y sin rumbo.
Los últimos rayos del sol de la tarde se perdían por el horizonte, siluetas que se disipaban en la cinta del horizonte y cedían el paso a grotescas nubes grises, presagiando malos agüeros.
Con un perceptible esfuerzo se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana, giró la manivela y un fuerte viento empujo la hoja de la ventana contra su menudo cuerpo, un aire gélido invadió su alcoba, sustituyendo el ambiente cargado de la habitación.
Efedra se sentía muy deprimida, todos le dieron de lado y estaba sumida en una profunda depresión; sus amigos, esos que ella creía tener, le habían fallado y su pensamiento no era otro que darles una lección para demostrarles que no los necesitaba.
Se giró de nuevo hacia el interior intentando retener en sus retinas todo aquello que la rodeaba, un último repaso a la estancia. Se acercó a la mesita y abriendo el segundo cajón, extrajo de su interior el diario, aquel montón de hojas apretadas donde cada día reflejaba lo más relevante de la jornada. Abrió la página por la fecha del veintitrés de febrero y se dispuso a leer lo que  unos minutos antes había anotado.

“Espero que sepáis respetar mi decisión y que nadie especule con hipótesis intentando dar sentido a lo ocurrido, tampoco busquéis versiones cómodas para quedar bien ante vosotros mismos, quiero constatar a quien lea mi diario que la decisión está tomada a conciencia, a sabiendas de lo que hacía en cada momento, que no he tomado drogas ni nada por el estilo para embarcarme en esta aventura sin retorno”.

Tras comprobar que lo escrito en su diario se correspondía con aquello que le dictaba su corazón en aquellos momentos, volvió a levantar la mirada para dar un último vistazo a todos aquellos objetos con los que había compartido tantas horas.

Se encaminó hacia la ventana que permanecía abierta, el viento se apresuraba para impregnar cada milímetro de la habitación y entonces, tomando la silla de su escritorio, la acercó hasta la   ventana.
Subió a la silla y desde ella se pasó a la repisa con una zancada. El viento ondeaba su cabellera y siete pisos la contemplaban desde aquel vacío bajo sus pies, una vez situada en la repisa y con la mirada puesta en los últimos rayos de sol que se alejaban tras las montañas, metió su mano en el pantalón verde de pana, sacó su móvil Nokia 3410 y comenzó a marcar un número de teléfono, memorizado ya de otras ocasiones.

Álvaro llevaba horas frente al ordenador intentando escribir alguna historia interesante, pero esta tarde su inspiración se encontraba dormida. Tras haber comenzado distintos relatos y ninguno resultar ameno, se acercó a la terraza para tomar un poco de aire fresco, con la esperanza de que le despertase la inspiración. Apoyado sobre la barandilla quedó atónito al advertir como su vecina del séptimo se hallaba en la repisa de la ventana con un móvil en la mano.

Se escondió pegando su espalda a la pared de la terraza para que Efedra no le viese, y evitar así precipitar los acontecimientos.
Solamente había cruzado con ella un saludo de buenas tardes y le pareció lo más maravilloso del mundo, ahora la tenía de pie en la repisa de una ventana con un teléfono en la mano y llamando a alguien para decirle la locura que iba a cometer.
Esta imagen aceleró su ritmo cardíaco y su mente se dispuso ávida a trabajar. Se cuestionó que posiblemente llamara a su novio,  habrían tenido una discusión y por eso ella estaba ahí.
Álvaro guardaba el recuerdo de Efedra desde que la vio por primera vez y le pareció una chica encantadora; su forma de andar, su manera de vestir, esa dulzura al hablar y la ternura de su mirada habían conseguido hechizarle de una forma especial… se sentía atraído por esa chica y no sabía porqué.
Decidió asomarse de nuevo a la terraza despegando su espalda sudorosa de la pared y de la manera más serena posible le dijo:

  -  ¡No lo hagas, no merece la pena, es una locura, nada hay mas bonito que la vida!

Efedra giró la cabeza para ver de donde provenían esos comentarios y respondió.

  -  ¿Que no haga  qué?

  -  Pues que va a ser - contesto Álvaro-, lo que tienes propósito de realizar.

  -  ¿Cómo sabes tú lo que voy a hacer, si no se lo he dicho a nadie?

  -  No hace falta ser adivino, para entender tus intenciones…

  -  Me parece que te estás equivocando, y tú no puedes calcular la magnitud  de mi problema.

  - Sea cual fuere tu problema me tienes a mí para ayudarte -alegó Álvaro-, comprobando que la conversación estaba discurriendo por buenos derroteros.

  -  Si conocieses mi situación lo entenderías - dijo Efedra con cierto aire de tristeza.

  -  No tengo nada que hacer en estos momentos, así que… ¿por qué no me lo cuentas y podré valorar si efectivamente es tan grave como dices?

-       Está bien –repuso ella-, pero te advierto que la decisión la tengo tomada y no la voy a cambiar por muchas razones que me des.

Efedra tomó aire y se dispuso a relatar su historia…
“Todos los sábados, los amigos nos reunimos para merendar y pasar una velada agradable. Espero con ansiedad durante toda la semana ese encuentro, es uno de los momentos más felices para mí. Pues bien, este sábado íbamos a merendar en mi casa y todos mis amigos han puesto una excusa para no venir. Realmente algunas de las razones son tan increíblemente rebuscadas que ni un niño se las creería.

  -  ¿Y ese es el origen de la situación?

  -  ¡Claro que sí! ¿Te parece poco? Tal vez a ti no te parezca motivo de tristeza, pero para mí ha representado una fuerte decepción.
  -  Bueno, está bien, si tú lo dices...

  -  Perdona - reaccionó Efedra en un instante - , tengo que dejarte, espero que lo entiendas…

  -  ¡No, por Dios, no lo hagas! No puedes acabar con tu vida simplemente porqué aquellos que creías tus amigos no quieran merendar contigo. Me tienes a mí, que  prometo acompañarte y pasarme, si es necesario, toda la noche hablando contigo de lo que quieras.

  -  ¿Tirarme? Vaya por Dios… No me digas que estás pensando en que me quería suicidar.

  -  ¿No es así? – tembló la voz de Álvaro con extrañeza.

  -  No, por supuesto que no - respondió Efedra esbozando una sonrisa al darse cuenta de lo que Álvaro imaginaba - Estaba intentando llamar a Tele-pizza para que me traigan una pizza a la carbonara y merendar aquí, en la soledad de mi piso… con el alma encogida, estudiando la forma de devolverles el golpe, pero sin ánimo de lanzarme al vacío, como tu supones.

  -  ¿Y para eso tienes que salir a la repisa de la ventana?- se extrañó Álvaro, sin acabar de convencerse.

  -  Por supuesto - afirmó Efedra-, dentro de la habitación no hay cobertura y tengo que llamar desde aquí, porqué no me apetecía salir a la calle en este estado.

Álvaro había visto cosas inverosímiles en la vida pero esta se llevaba la palma.
  - Te juro que pensaba que querías marcharte de esta vida por la puerta de atrás - argumentó Álvaro en tono conciliador.

Efedra sonrió de nuevo y le tomó la palabra:
  -  Acepto la oferta que me has hecho de pasar la velada conmigo, te espero abajo y nos vamos a la pizzería a merendar.¡Ah! y no te preocupes – continuó con una carcajada - que bajo en el ascensor.
Álvaro quedó pensativo unos segundos hasta que el mismo nerviosismo de la situación le hizo unirse a la risa de Efedra. Había llegado su oportunidad y no la desaprovecharía.

Y así fue como se inició aquella relación que derivó en una buena amistad.