Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

jueves, 30 de septiembre de 2010

LA PROFESORA



     Fue a mediados de septiembre, mi primer año de instituto, cuando tuvo lugar uno de los momentos más estelares de mi vida.
     Durante el verano mi cuerpo empezó a notar una fuerte agitación; mis ojos, antaño inocentes, iniciaron una búsqueda encarnizada en la anatomía  de las chicas.
     Todavía recuerdo el primer día de clase, después de haber pasado ante mí varios profesores explicando cuales eran sus objetivos para el curso, intentando hacernos ver que la asignatura que ellos impartían era dogma de fe. Llegó el turno de la profesora de matemáticas.
     La clase era mixta, al entrar la profesora todos los chicos quedamos atónitos. Era una mujer de rasgos latinos, joven, de pelo largo, suelto y moreno, ojos grandes y azulados, de formas femeninas  esculturales,  pechos redondos y firmes, caderas marcadas y glúteos perfectos. Vestía una minifalda verde y una blusa de tirantes color amarillo, su perfume invadía el aula dejando un aroma a flores, yo tenía el privilegio de estar sentado en la primera fila frente a la pizarra.
     Consiguió, sin esfuerzo, que permaneciese contemplando su belleza aunque no atendiera a sus comentarios, parecía como si el traductor de mi cerebro se hubiese colapsado, era incapaz de descifrar sus palabras, sólo un mensaje llegaba hasta él : ¡ Jolín … que buena está la profe !
     Mi sangre agitada corría en todas direcciones sin rumbo, y el duende de la adolescencia estaba llamando a mi puerta de una forma bestial, estaba seguro de que el anticuario de la inocencia estaba expectante para recogerla y añadirla a su colección.
     Ella se dirigió hacia el encerado y tomo una tiza con su mano izquierda, se puso de puntillas para poner su nombre e iniciar la clase con una serie de guarismos que mi despistado juicio no llegaba a asimilar,  sus glúteos se balanceaban al compás de los movimientos de su mano, sus pechos rotaban acompasados al mismo ritmo, de arriba abajo, de abajo arriba, y su corta falda se elevaba dejando ver hasta donde la pierna pierde su nombre. Ante este vaivén de cuerpo, giros, palabras y miradas, mi cuerpo sufrió un espasmo y la parte de mi entrepierna comenzó a crecer de una forma inusitada.
     En ese instante un profesor entró al aula y dando un fuerte golpe con su mano sobre mi mesa, espetó.

-               ¡Despierta chaval!, ¡estás empanao!

     ¡Uff!.Casi acierta, estaba empal...







martes, 28 de septiembre de 2010

Junto a ti


Junto a ti, tú y yo, unidos para siempre.
Beber de tu boca en cada encuentro,
hacer el amor despacio, sembrándote,
adormecer en ti,  ser tu primavera,
escribir en mi diario confidencias,
que hablen de nosotros… solamente.

El silencio sabe

El silencio sabe a soledad, a noche,
a calma, a pensamiento, a tiempo…
El silencio recorre las paredes del alma
escudriñando, cautivando recuerdos,
y los acarrea al desván del corazón,
donde los transforma  eternos.




domingo, 26 de septiembre de 2010

ENCUENTRO EN EL BUS

 

     Me llamo Noelia y soy conductora en la estación de la Elipa. El domingo por la tarde, realizando un viaje en la línea 110 ocurrió un hecho muy especial. Ya durante el curso, los instructores  me advirtieron que en el autobús viaja gente muy diversa.
     Llevaba más de la mitad de mi turno cuando, en una solitaria parada subió un chico, joven y atractivo.
- ¡Hola!
-¡Hola! Respondí sin poder dejar de mirarle.
- ¿Pasas por el cementerio?  Preguntó con amabilidad.
- Si, allí tengo  el final del recorrido.
- Gracias guapa.
Oírle ese piropo me hizo sonrojar. Se colocó en el asiento más próximo que encontró a mi lado sin dejar de mirarme.
     Yo, aunque debía estar pendiente del tráfico, no le perdía de vista. Cuánto más le miraba más interesante me parecía, además sentía una fuerte atracción hacia él. Sacó una pequeña piedra del bolsillo, la lanzaba al aire y la volvía a recoger, fue tanta mi curiosidad que le dije si tenía alguna particularidad.
     Me reveló, que era antracita, un talismán, y con la frase, “me caes simpática”  me pidió que se la custodiase.
     - Sirve para evitar broncas y transmite buenas vibraciones a quien la posee, viene de una estirpe ancestral y misteriosa - me dijo muy orgulloso.
     Accedí a su petición con la esperanza que no fuese un encuentro efímero. Tras entregarme la piedra y llegando ya al cementerio, se dirigió hacia la puerta de atrás para apearse, en un arrebato de frenesí, le pedí se bajase por la puerta delantera para deleitarme con su porte. “Me llamo Alex” y con un “hasta pronto” se bajó sin dejar de sonreír y diciendo que me esperaba  a la próxima vuelta.
     Continué mi servicio con entusiasmo y esperanzada de volver a encontrarme con Alex.

     Al aproximarme a la parada donde debía subir, mi corazón aceleró su ritmo, pero no estaba, miré y remiré sin encontrar rastro.
     La melancolía hizo acto de presencia y esperé angustiada a la siguiente vuelta pero… tampoco le  hallé.
     Antes de finalizar la jornada paré el bus donde él había descendido y entré en el cementerio. Comencé a mirar en derredor, mi sorpresa fue mayúscula cuando en una de las lápidas descubrí grabado el nombre de Alex y en el pie de una cruz un porta retratos con su foto.
     Miré en  mi bolsillo para asegurarme que no era un sueño y allí estaba la piedra, observándola pude ver una inscripción, “seré tu trasgo”.

Desde ese día no me separo de mi preciado talismán, una áurea envuelve a la antracita y me provoca confianza y seguridad.

CITA CON LA MUERTE



La noche se despedía, el día iniciaba una nueva aventura y la lluvia, ese elemento tan preciado, caía con fuerza; finalmente opté por tomar el coche. En una curva el vehículo que me precedía perdió el control. Giré el volante para no colisionar y mi coche comenzó a dar vueltas por un terraplén. “Cachorro” (nombre cariñoso de mi turismo) se convirtió en una jaula, un amasijo de hierros por todas partes.
     Todo se volvió oscuro cuando de pronto vi acercarse  un personaje siniestro hacia donde yo me encontraba. Gruesas gotas de agua fría caían sobre mi cara.
     El aparecido iba vestido de negro, sus ojos parecían inyectados en sangre a ambos lados de su nariz aguileña, dientes afilados y unos dedos largos y huesudos aferrados al astil de su arma. El escenario era tétrico, sólo el negro y el gris estaban presentes. Advertí que, a medida que mi energía se iba minando, la suya aumentaba.
     Cientos de pequeños héroes como luciérnagas salían de mi áurea para luchar contra ese personaje funesto que se acercaba provisto de una guadaña. La lucha era desigual, sin esfuerzo los arrojaba por los aires haciéndolos pedazos con la hoja afilada de su enorme hoz. Comencé a fantasear y a preguntarme cual era mi rol en este juego. Él, inició un cántico muy entusiasmado, tenía una nueva victima para añadir a su colección. Mis amigos no me perdonarían el haberles abandonado de una forma tan precoz e insulsa.
     Alzó la guadaña y elevó sus brazos para asestar su golpe de gracia sobre mí.
     Un temblor seguido de una incontrolada excitación hicieron acto de presencia en mi cuerpo, cuando unos dulces labios se posaban sobre los míos insuflando aire con celeridad en mis pulmones, mi corazón inició de nuevo un frágil palpitar, mis ojos se abrieron y avistaron alejarse al infausto elemento rechinando entre dientes.
     El ruido de una sirena como fondo, un fuerte olor a tierra mojada, unos ojos verdes observándome y sus manos posadas sobre mi rostro, dieron paso a una gama multicolor en la que el verde era el color predominante.






viernes, 24 de septiembre de 2010

ENCUENTRO EN EL METRO


     Nada me salió bien, fue una tarde ingrata y salí del trabajo camino de ninguna parte. Mi única obsesión llegar a casa  y… ¿Autobús?  ¿Metro? Decidí ir en metro, más rápido, más solitario, más incierto.
     Bajaba cabizbaja las escaleras, una música interrumpía el silencio. Era mágica, circulaba vertiginosa por todos los vericuetos de aquella ilustre estación.
     Allí, donde sólo el aire rancio hace asomo, donde los pasajeros realizan su trashumancia buscando otra línea, donde un taconeo incesante se hace eco, donde el siseo de las escaleras mecánicas altera el silencio, donde el vagabundo acecha su vasija de la moneda solidaria. Allí, sí… allí, sonaba una maravillosa melodía.
     Viré mi dirección y emprendí camino a la búsqueda de aquella música, miraba en cada bifurcación. En un lúgubre pasillo, el menos transitado, donde sólo una minúscula luz natural atravesaba las rejas de una galería, encontré el artífice de esa composición.
     Un nutrido grupo de personas  le rodeaban expectantes, en un silencio misterioso. Unas gafas de sol, una gorra, un poncho mexicano y unas sandalias componían la vestimenta de aquel frágil intérprete.
     El saxofón entre sus manos cobraba vida, lo agitaba con elegancia, lo alzaba, lo descendía. Sus mejillas, se hinchaban y deshinchaban al compás de la música. Unos ágiles dedos pulsaban las teclas con maestría. Note como mi nostalgia se derretía igual que un muñeco de nieve bajo los rayos del sol.
     Nadie hablaba, los ojos de los asistentes permanecían atentos, la música cesó e irrumpió un agitado aplauso, las monedas caían incesantes en la funda del saxofón.
     Se acercó y se interesó por mí.
- ¡Disculpa! ¿Qué canción quieres que toque? - preguntó quitándose las gafas y desprendiendo una cálida sonrisa.
     Miré en derredor, estaba sola, un ingenuo miedo se apoderó de mí.
- “Un nuevo día brillará”, de Luz Casal. Respondí nerviosa.
     Volvió a tomar el saxofón e inició la canción, el espectáculo fue soberbio, embaucada por la melodía, me sentí como una diosa en el Olimpo. Terminó la canción y,  colocó con mimo el saxofón en su funda.
- Sorry, el concierto ha terminado, - dijo sonriendo.
- Perdona estoy en trance todavía. ¿Te apetece un café?
Miró el reloj…
 - Tengo quince minutos ¿son suficientes?
- Si.
   Abandonamos aquella estación en busca de una cafetería.  Un arrebol  anunciaba el final de la tarde.
La música tornó un corazón gris, en un corazón  soleado.


MÁS QUE UNA MASCOTA



     Anda por la repisa de la ventana de mi habitación, me mira a través del cristal. He cerrado la ventana porqué le tengo castigado, me ha hecho una faena, ha roto la foto de mi chica que tenía sobre la mesa. Me pregunto: ¿serán celos?
     Beatriz me hizo un comentario el sábado que pasó en casa: “Tu gato, me tiene gato”, curiosa redundancia.
     Golpea con la almohadilla de su pata en el cristal, intenta llamar mi atención, yo le miro de soslayo, me hago el sueco, el insiste y recorre una y otra vez el poyo; su mirada es triste, sabe que algo no ha hecho bien y reconoce su culpa. La alianza se ha roto.
     Ha puesto su vista en el edificio de al lado, son tres metros hasta la terraza del vecino, esta calculando el salto, se concentra me mira de nuevo, no obtiene la respuesta apetecida y está dispuesto a asumir el riesgo, ante esta tesitura creo que se  arriesgará.
     Yo le miro sin que él se de cuenta. Estoy nervioso, son doce pisos y un mal cálculo puede acabar con su vida, no me lo podría perdonar si algo le sucediese.
     En el momento justo que se dispone a brincar abro la ventana y le llamo, se gira sobre su cuerpo y se abalanza sobre mí. Me lame, me ronronea, me pasa sus bigotes por la cara, juega sin cesar y, alegre, eleva su suave cola en señal de gozo.  Por cada uno de mis poros rezumo alegría, le quiero tanto…
     Hemos vivido momentos sublimes, aún recuerdo nuestro primer encuentro. Era mediodía, el cielo, gris y nubloso. Veintiocho de Diciembre, los Santos Inocentes  y allí entre unos cartones estaba él, moribundo, con frío y hambriento. Una expresión de condena se reflejaba en sus ojos como si se despidiese de la vida. Le recogí, le alimenté, le mimé y me prendé de él. Me ha devuelto con creces todo cuanto hice.
     Si me ve triste se coloca frente a mí,  pretende alejar mi angustia hasta conseguir que salga de mi abstracción y  olvide mis penas.
     He predicado por doquier que fuimos afortunados al cruzar nuestros caminos. Desde pequeño le cuelgo una patata donde afilar sus garras, me divierte contemplarlo, radiante, contento, juguetón, activo…
     Valga este homenaje a  mi querido y amado gato. No es una mascota, es mi incansable amigo” Duque”.

Abreva en el aljibe


Abreva en el aljibe de la noche
y bébete la  soledad de mi  silencio.
Mi noche es turbia, oscura y mutilada
amparada al abrigo de tu asedio.

Hoy vago en el desierto de las sombras
voy buscando el oasis de los sueños,
si lo encuentro, arrojaré mi pena,
expulsaré el dolor, la furia y el lamento.

Y quisiera que la luna me indicase
el pozo donde pacen los recuerdos.
Aquellos que forjaron nuestra vida
aquellos que volaron en invierno.

Mas quiero volver a  ser un hombre nuevo
virando en el poniente de aquel tiempo,
y escalar  la montaña del amor
para llenar mis alforjas con tus besos.

Ha llegado la tristeza


Ha llegado la tristeza ante mis ojos
se ha cubierto esa luz en mi alborada,
ya no corre tu caballo por mis venas
ni me abraza la tibieza de tus alas.

Despojado de tu amor y prisionero
he sentido como daga tu mirada.
No transita tu agua por mi valle
de camino hacia el mar de la esperanza.

Si pudiera preguntarle a mi destino
el porqué  de mi desorden en el alma,
es seguro, indicaría que  tu amor,
se marchó del calor de mi almohada.

Del salón, donde cuelgan tus recuerdos,
he mandado que tapicen la ventana,
le pondré siete candados a la puerta
ocultando, a tu mundo, mi nostalgia.



RETAZO DE UN TROVADOR



     A veces las cosas suceden cuando menos se  esperan. Decidí acercarme al mar, desde el acantilado escrutaba en mi interior sensaciones frescas que impulsaran mi imaginación, en busca de nuevas rimas con las que expresar mis emociones.
     Era un día ardiente, mi mente poco lúcida no conseguía hilvanar un poema con el que me sintiese complacido.
     Aquella tarde contemplaba el océano en el devenir de sus olas, golpeando de forma brutal y salpicando sus espumas sazonadas a varios metros de altura sobre el arrecife, dejando su aroma húmedo y salado.
     Yo aguardaba la visita de mi musa complaciente, la que tantas tardes, amaneceres y noches me visitó sonriente permitiéndome crear pequeños tesoros poéticos.
     El lugar era ideal para la inspiración y quiso la fortuna que deparase en una joven morena atrayente y abatida, que  permanecía sentada sobre una roca rodeada de musgo.
     Me aproximé con sigilo y cuando ya me encontraba a pocos metros, me senté a observarla. Ella parecía ausente, su barbilla la apoyaba sobre su mano derecha temblorosa, miraba hacia el infinito de ese mar alborotado buscando un imposible, sus ojos tristes y vidriosos, se dejaban ver entre sus negras lentes indicando que algo había logrado ofuscarla.
     Tenía que hacer algo que lograse extrapolar sus congojas a un lugar lejano y arrinconar el hastío de aquella chica abatida. Atisbé en la profundidad del océano buscando el hechizo que me iluminase para deleitar aquella mujer, escudriñando en el baúl de las imágenes inquietas repletas de ilusión y, con la magia del verbo que describe vivencias incompletas, conseguí que mi pensamiento enrevesado plasmase en mi libreta una poesía. Atusé mi greñudo y alborotado  pelo  y  le entregué con entusiasmo el poema.

Escucha niña que el hechizo atiende,
un mar  de dudas por tu campo vuelan.
Son las razones, las que no te entienden
y  el dolor interno  quien a ti atormenta.
Si vestida vienes, de melancolía,
y en tu dulce alma, la canción no suena
no busques consuelo en tu fantasía,
que un aire rancio truncó su quimera,
la dejó desnuda,  solitaria  y muerta.
Mírame a los ojos que una llama prende
de un  trovador, soñador  sincero,
que intenta con su pluma y con su verso,
incendiar  de entusiasmo tu desdicha,
y quemar  la madera de tu pena.

La recompensa a este poema fue, una dulce sonrisa y un   “¿Me lo dedicas?”



jueves, 23 de septiembre de 2010

UNA VISION SINGULAR

 
     La mente humana a veces se apodera de sensaciones extrañas y desfiguradas colocándolas quien sabe dónde, después las asimila y las proyecta como si de un espejo se tratara y ni el más astuto de los mortales logra adivinar su procedencia.

     Anoche, bueno digo anoche porque mi aliento entrecortado y mi perdida de memoria quieren recordar que todavía mi mundo se cubría con ese manto negro que la envuelve, soñé que me encontraba en un inmenso valle, en el horizonte se divisaba una lejana luz amarilla, el blanco inundaba todo cuanto veían mis ojos, quise correr por aquel  familiar lugar pero mis piernas, tan pesadas como el plomo, no podían moverse; mi cuerpo estaba inerte, la gravedad ejercía sobre mi postura favorita “la horizontal” como si de un molusco aferrado a una roca se tratase.

     Una bella mujer se paró frente a mí, le hablé pero no respondió, ni siquiera tuvo la osadía de mirarme, una forma cruel de comportarse. Giré mi cuerpo y me encontré con una hermosa flor atrincherada en una bella maceta azul, sus pétalos blancos rodeaban un minúsculo círculo amarillo. Mi cerebro reaccionó y lanzó el estímulo a mis dedos en busca de aquella bella explosión de la naturaleza, pero no alcanzaba desde mi posición; intenté de nuevo incorporarme pero resultó infructuoso. Un tic tac constante se hacía eco en mi interior, cerré los ojos y me concentré en ese singular y consabido ruido. Entonces creé una escena idílica en el triángulo justo de esos elementos.

     Miré de nuevo aquella chica que seguía de pie frente a mí sin decir nada, después recuperé la visión de la flor blanca y me pregunté si tenía posibilidades de armonizar con aquella dama, recordé ese juego infantil tantas veces de adolescente y me dije que antes de que el reloj diese veinte tic-tacs obtendría una respuesta.

     Siempre me asaltaba la duda de si debía empezar por si me quiere o por no me quiere, clavé mis ojos en la margarita y comencé a deshojarla. Sí me quiere… no me quiere… sí… no… quedaban aún unos cuantos pétalos cuando volví la mirada sobre aquella imperturbable criatura. Un impacto súbito me despertó.

     -  Deja de observar el póster de Angelina Jolie y levántate de una vez, pues como sigas así te quedarás en ayunas, tanta fiesta terminará contigo.

     Era mi madre que desde la puerta me anunciaba que ya había amanecido.

Dadme una razón

Dadme una razón alegre de  mañana,
dadme tibias  manos que cosechen trinos,
una boca ardiente, sonrisas placenteras,
versos taciturnos que apelen  los sentidos

Quiero perecer y renacer como si nada,
caerme y levantarme siguiendo tu camino,
vestirme con tu piel, reír a cada paso,
gemir entre cien rosas, beberme tu rocío.

Quiero soterrar del vértice insensato,
desdenes y rencores, tibiezas, desvaríos,
soñar, vivir, viajar, al mundo de los soles,
sentado en tu regazo,  mirando sorprendido.