Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

martes, 30 de noviembre de 2010

 Que jamás se acabe

Que jamás se acabe el tiempo de tu día,
que provoquen tempestades tus quimeras
y en las calles desiertas de tu alma
se levanten floreadas primaveras.

Que la fe que perdiste una mañana
se despierte del letargo en luna nueva
y bajo el arco que cobija tu alegría
se bosqueje una sonrisa lisonjera.


…Y quiero predicarle

…Y quiero predicarle al mundo atónito
la pasión que nace en el lecho eterno,
un remanso de amor que a veces sufre
cuando se haya alejado el pensamiento.

Cuando la soledad venga a buscarme
y me lleve a la senda del reencuentro,
moriré si, moriré suspirando por tu amor,
construyendo para siempre ese momento.

sábado, 27 de noviembre de 2010

UNA HERMOSA PLAZA


     Fue uno de esos avatares que nos brinda la vida, cuando llegué por casualidad a un destino diferente. Allí encontré una pintoresca plaza adoquinada con pequeñas piedras de diferentes tamaños y formas que, colocadas anárquicamente, diseñaban insólitas imágenes sobre el suelo.
     Me sentía apesadumbrado y el desencanto que me envolvía en ese momento se disipó como niebla en la mañana. Comencé a recorrer con la mirada  cada rincón de la plaza,  deteniéndome con la vista en cada uno de los detalles que la rodeaban e intentando percibir toda su hermosura. Las edificaciones que configuraban su forma irregular, no eran menos extrañas y dignas de análisis.
     Por su parte norte la cerraba una hilera de pequeñas casas con minúsculas ventanas y titánicas chimeneas rasgando el cielo desde sus tejados de pizarra. Balcones de forja estrechos, cobijaban macetas repletas de flores que proporcionaban colorido y aroma a todo el entorno. Podría tergiversar mi apreciación y decir que el terruño donde se apostaba aquella plaza era inhóspito y deslucido, pero mi conciencia me tacharía de ingrato.
     La zona sur estaba flanqueada por un paredón de piedra caliza propio de un castillo. Sobre sus murallas hercúleas escalaba la hiedra vigorosa, luchando y aferrándose a la vida y a la tapia como una lapa. Una gran puerta de madera envejecida, marcada por las cicatrices del tiempo, ventanas protegidas por celosías translúcidas y un escudo esculpido en piedra, otorgaban un señorío especial a la construcción.

     En su lado oeste se alzaba una edificación con puertas en forma de herradura y engalanada con múltiples arcos de media punta en cuyas columnas se mostraban bajorrelieves de piedra con innumerables escenas históricas, labores caprichosas que las dotaban de un toque místico y significativo.
     En el sector este, una iglesia ancestral. Sobre su portalada, unos doseles reproduciendo imágenes bíblicas de santos y vírgenes, en cuyos pies se escenificaban los hechos milagrosos que les llevó al altar. Al elevar ligeramente la vista se apreciaban  dos minaretes de piedra pulida y llenos de filigranas. En el centro  de la fachada principal se alzaba el campanario con  tres campanas dispuestas para llamar a la oración y para acompañar la languidez de sus fieles.
     Una plaza custodiada por el embrujo y el encanto, que invita al visitante  a salir de ella conmovido y subyugado.
    
     Prometí dedicar un humilde homenaje a esta plaza y narrar con sencillez la magnífica impresión que dejó en mí aquel alegórico lugar.


martes, 16 de noviembre de 2010

Como pudiera frenarme

 Soneto.

Como pudiera frenarme ante tu frente
y alejar de tu  rostro la tristeza.
Como quisiera dormir en tu corteza
como duerme la noche en occidente.

Quién alcanzara pasar indiferente
ante el muro que desprende tu belleza,
y suavizar con mis manos la aspereza
que  impide seas  feliz y sugerente.

Hondo el dolor que florece desde el alma
que viene y va arrastrando mi condena,
sin conseguir poner la  mar en calma

dejando  tras de sí la ola de la pena.
Quiero ver sobre el arco de mi palma
cernerse la alegría de tu arena.




REFLEXIÓN DE UNA ROSA



     Hacía más de cinco minutos que el sol se había puesto y sin embargo yo permanecía a la sombra de un árbol. Mi vejez me permitía  poder reflexionar sin prisa, era una de las pocas cosas que todavía podía hacer sin molestar. No puedo determinar en que pensaba en ese momento, mi espíritu estaba abstraído y mustio, pero quise fintar a la vida y centrarme en el paisaje, refrenando mi pensamiento en un  elemento del entorno.
      Observé un rosal, que formaba un entramado de dos arcos casi perfectos, ensamblados y enaltecidos por espinosas ramas a la vez que engalanados por verdes hojas. Sobre las ramas lucía decenas de rosas rojas.  Me fijé en dos de ellas que, una frente a otra y con el suave movimiento de la  brisa de la tarde, parecía que mantenían una armoniosa charla.
     Mira tú por dónde, escuché  como  una decía:
     - ¿Recuerdas la mañana en que nos abrimos al mundo y vimos por primera vez la luz del sol? Qué bonito fue oír cantar por primera vez al pequeño jilguero. Cómo disfrutábamos asomándonos entre las hojas para ver correr el agua del riachuelo. Añoro las noches maravillosas de luna llena, cuando el silencio solamente era interrumpido por el croar de la rana y el canto del grillo.
     Cómo nos divertíamos desplegando nuestro aroma, para que quien pasase cercano se aproximase a cotillear. Me vienen a la memoria la infinidad de mariposas y abejas que se han posado sobre nuestros pétalos y nos han narrado  aventuras increíbles.
     Nosotras, jóvenes y esbeltas, siempre pensando en realizar alguna travesura, como cuando se acercó aquella cabra con no muy buenas intenciones y agitamos la rama para que se le clavase una espina en el hocico, obligándola a partir como alma que se lleva el diablo.
     Cuánta estupidez hemos visto a lo largo de nuestros días, sin poder evitar que nada cambie.
     Hoy  amiga mía, me invade la decadencia de la vida, aquella  de quien todos huyen y se alejan, buscando  rosas más jóvenes, más bellas, más aromáticas. Observa, nos encontramos olvidadas en un grandioso rosal, para el que comenzamos a ser una dura carga. Lo sé, hemos tenido nuestra época  de gloria. Esperamos orgullosas a que llegue el vendaval y, nos arrastre por la llanura hasta convertirnos en ceniza.
     Sólo pido que aquellos que se cruzaron en nuestro camino, guarden en su corazón el recuerdo de nuestro aroma.

… Y así fue, ese aroma dulzón que desprendían se quedó prendido en mi como su imagen.





jueves, 11 de noviembre de 2010

EL DUENDE DE MI ORDENADOR



     Hace tiempo que tengo la tentación de escribir sobre el duende de mi ordenador, un duende que acapara mi atención y que hoy es su aniversario.
     Hace un año, indagando por las páginas literarias con la ayuda del Google, llegué a una donde anónimos poetas dejaban su huella impresa en verso. Unos poemas dedicados a su padre por parte de una chica tocaron mi fibra y pregunté a mi hijo la forma de poder contactar.
     Fue mi primer nick agregado en mi cuenta de Messenger y con la primera que me di de tortas internautas para aprender a comunicarme por este medio.
     Un comienzo donde su paciencia no tuvo limites. Su  nick  gotic - girl  666 era el número del diablo, y sin embargo  es el ángel de mi ordenador. Hoy estamos concatenados por este medio y mientras quiera seguiremos así.
     Hasta aquí os parecerá normal, pero aquí es donde todo cobra otra dimensión, un sentido más espiritual.
     Al inicio hablamos y expusimos nuestras, aficiones, trabajos, problemillas personales, sentires, pesares, vicisitudes...  siempre guardando las formas en el más estilo puritano. Ahora llevamos más de diez meses sin decirnos nada,  he llegado a un estado que no necesito charla para sentirla cercana, solamente ver que esta conectada es suficiente para sentirme unido a ella.  Conozco la forma de eliminar un nick, incluso existe la posibilidad de no admisión, y sin embargo nunca se  me ha ocurrido hacerlo.
     El desencanto no ha llamado a mi puerta y debo admitir que me fascina cuando la veo resplandecer por el rincón de mi portátil anunciándome que existe.
     Sé que echa mucho de menos a su padre que la abandonó de una forma prematura, que le gusta la poesía que utiliza como válvula de escape, que corre a menudo por el Retiro y que estudia en la Complutense.
     Es el hada que me ayuda a alejar la bruma de la nostalgia cuando hace su aparición por mi vida.



domingo, 7 de noviembre de 2010

UN EXTRAÑO CUADRO


     Hace unos días en mi devenir por las calles de un pequeño y entrañable pueblo, entré en una tienda de regalos, y mira tú por dónde me prendé de un curioso cuadro, donde una bella dama permanecía sentada sobre una roca impregnada por un musgo verde y brillante, mientras el océano bañaba sus pies.
     La enigmática mirada de aquella dama apresaba a quien contemplaba la pieza. Me invadió la sensación de que el pintor lo realizó en un momento lúcido  de inspiración.
     Yo, que buscaba quien me acompañase en mis largas horas de soledad, pensé que este cuadro rompería mi hastío y mis eternas noches de insomnio.
     Pregunté el precio y la dueña me dijo que eran 90 euros, me repetí el precio un par de veces en voz baja y sin meterme en más dilaciones, opté por comprarlo.
     Me lo embalaron correctamente y el deseo de verlo colgado en la pared de mi casa provocó un revoloteo de mariposas  sobre mi estómago, mientras lo apresaba contra mí,  síntoma que hay quienes achacan a estar enamorado.
     Una vez colocado en el salón comencé a ofuscarme con él, no podía apartar mi mirada de aquella chica rubia ondeando su pelo, el agua refrescando sus pies y sus ojos fijos en mí.
     Parecerá extraño y no me quiero extrapolar en el comentario, pero llegué a la conclusión que esa mujer tenía vida y que me seguía allá donde me encontraba. Yo, una persona habituada a estar solo, no terminaba de adaptarme a aquella situación tan seductora.
     Pasó el día, llegó la noche, me metí en la cama y me acomodé lo mejor posible sobre mi mullido colchón, mi cuerpo estaba extenuado por el  ajetreo y la  agitación. Dormí de un tirón.  
    Por la mañana,  un olor a carne asada me hizo despertar; me levanté, me dirigí a la cocina, y sobre la mesa encontré unos huevos fritos y un filete de panceta invitándome a ser devorados. Nadie a la vista, miré y remiré hasta comprobar que estaba solo. Al entrar en el salón y reparar en el cuadro, mis ojos advirtieron como la chica me ofrecía una tierna sonrisa.
     Quizás todo haya sido fruto de la imaginación o una extraña visión óptica, pero de igual modo, a partir de ese instante, la soledad y el hastío desaparecieron de mi estancia y de mi corazón.