Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

sábado, 27 de noviembre de 2010

UNA HERMOSA PLAZA


     Fue uno de esos avatares que nos brinda la vida, cuando llegué por casualidad a un destino diferente. Allí encontré una pintoresca plaza adoquinada con pequeñas piedras de diferentes tamaños y formas que, colocadas anárquicamente, diseñaban insólitas imágenes sobre el suelo.
     Me sentía apesadumbrado y el desencanto que me envolvía en ese momento se disipó como niebla en la mañana. Comencé a recorrer con la mirada  cada rincón de la plaza,  deteniéndome con la vista en cada uno de los detalles que la rodeaban e intentando percibir toda su hermosura. Las edificaciones que configuraban su forma irregular, no eran menos extrañas y dignas de análisis.
     Por su parte norte la cerraba una hilera de pequeñas casas con minúsculas ventanas y titánicas chimeneas rasgando el cielo desde sus tejados de pizarra. Balcones de forja estrechos, cobijaban macetas repletas de flores que proporcionaban colorido y aroma a todo el entorno. Podría tergiversar mi apreciación y decir que el terruño donde se apostaba aquella plaza era inhóspito y deslucido, pero mi conciencia me tacharía de ingrato.
     La zona sur estaba flanqueada por un paredón de piedra caliza propio de un castillo. Sobre sus murallas hercúleas escalaba la hiedra vigorosa, luchando y aferrándose a la vida y a la tapia como una lapa. Una gran puerta de madera envejecida, marcada por las cicatrices del tiempo, ventanas protegidas por celosías translúcidas y un escudo esculpido en piedra, otorgaban un señorío especial a la construcción.

     En su lado oeste se alzaba una edificación con puertas en forma de herradura y engalanada con múltiples arcos de media punta en cuyas columnas se mostraban bajorrelieves de piedra con innumerables escenas históricas, labores caprichosas que las dotaban de un toque místico y significativo.
     En el sector este, una iglesia ancestral. Sobre su portalada, unos doseles reproduciendo imágenes bíblicas de santos y vírgenes, en cuyos pies se escenificaban los hechos milagrosos que les llevó al altar. Al elevar ligeramente la vista se apreciaban  dos minaretes de piedra pulida y llenos de filigranas. En el centro  de la fachada principal se alzaba el campanario con  tres campanas dispuestas para llamar a la oración y para acompañar la languidez de sus fieles.
     Una plaza custodiada por el embrujo y el encanto, que invita al visitante  a salir de ella conmovido y subyugado.
    
     Prometí dedicar un humilde homenaje a esta plaza y narrar con sencillez la magnífica impresión que dejó en mí aquel alegórico lugar.


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