Hoy me refugio tras la montaña del desencanto, y busco entre un cúmulo de hojas el alma que no quiere crecer. La desgana se hace espacio entre las dunas de la amargura al ver alejarse el tren, sabiendo que tal vez ya no volverá. Un jadeo me invade y no me deja apenas respirar, le pido al cielo que cierre pronto este atardecer plagado de infortunio, mientras que suena una canción anunciando tristeza y soledad.
Recorro en el bosque de las letras por vericuetos intrínsecos, buscando un tenue pensamiento que aplaque su apatía, en un intento vano de hacerla retornar.
Recuerdo con nostalgia sus gestos y sus risas, en verdes campos sembrados de ansiedad, y ya no siento esa fragancia húmeda de primavera que me hace alucinar en el hueco de la vida, ni la brisa de sus dedos en la mesa tras una taza de café, ni el color de sus mejillas al verla sonreír.
Acudo a una frase que me hace transigir en mi desvelo y que dice: “no lamento su marcha, doy gracias al cielo por haberla conocido”.
Hoy la sombra gana la batalla y cubre de negro el ocaso de mi día, mientras tanto, esculpo sobre un tronco el poema que la logre convencer.
Deseo que encuentre ese remanso de paz, se cobije en un refugio repleto de poemas y se abrigue con la manta del deseo otra vez.
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