Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

martes, 6 de septiembre de 2011

LA ODISEA DE VITETE


Vitete, tosco, con fama de bruto y de pocos amigos, pensó que era el momento de enseñar a su hijo los avatares del campo.
Su hijo Pedro contaba nueve primaveras, precisamente el mismo día de su cumpleaños acompañó a su padre a un paraje conocido como La Universidad, llamado así porque en esa zona  enigmática siempre se aprendía algo.
Con las últimas luces de las estrellas,  emparejó su yunta de mulas y sobre el yugo cargó el arado, una operación que realizaba diariamente  con maestría.
Llegaron entre luces justo cuando el día desplaza a la noche a su descanso y, cientos de animales reanudan la tarea diaria de subsistencia.
Él, un hombre arraigado a la tierra desde que tenía uso de razón, quería que sus hijos tuviesen una vida más interesante, por eso insistía en enseñar a sus hijos la dureza del campo, para que se buscasen las habichuelas por otros derroteros.
Dejaron el ato a la sombra de una encina pomposa, las alforjas, un capazo de paja y cebada para las mulas, una manta que utilizaba como almohada cuando descansaba, y un cántaro de arcilla lleno de agua.
Después de colocar el arado y explicar a Pedro paso a paso su proceso, inicio a arar sobre el barbecho.
El chico realizaba el recorrido junto a su padre, la edad y la falta de hábito consiguieron que el cansancio, apareciese en  su menudo cuerpo.
Con apatía  le dijo a su padre que tenía sed y que estaba cansado.
Vitete indicó  a Pedro que se fuese a descansar y a beber agua.
Se presentó junto a su padre como alma que se la lleva el diablo, con los ojos desorbitados y  cara de asombro.

Su padre al verlo preguntó.
-          ¿Hijo, has visto un fantasma?
     -    ¡Padre! dentro del cántaro hay un hombre.

Ante la insistencia de su hijo, y viendo que no había manera posible de convencerlo, intento fingir naturalidad y aceptó acompañar a su hijo hasta el cántaro.
Tomó el cántaro, el sol se situaba a su espalda a la altura justa para introducirse por la boca del cántaro y, reflejar como un espejo el rostro turbio de Vitete.

Él, sorprendido y atemorizado soltó el cántaro y le pregunto a su hijo excitado.
- ¿Hijo, quien tú has visto llevaba boina?
- No, respondió el chico asustado.
- Entonces,  dentro del cántaro no hay solamente uno, sino dos.



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