Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

jueves, 11 de octubre de 2012

El hada de Miguel

Habían pasado cinco minutos de clase cuando  la profesora  y catedrática Stevens  reparó en Miguel, el chico estaba mirando sin mirar, es uno de esos estados en los que la inquietud parecía haberse congelado y con ella el cuerpo del muchacho. Ella siguió impartiendo la clase como si nada ocurriese, pero de reojo observaba atentamente  la actitud del muchacho.  Hizo un pequeño receso en su explicación, se levantó de la silla, manipuló su teléfono para disimular y se dirigió hacia donde permanecía él impasible, apoyando los codos sobre su pupitre y con los ojos fijos en el infinito. Puso su mano sobre el hombro de Miguel y le preguntó. ¿Sucede algo? ¿Puedo ayudarte?
 – No profesora, todo está bien.
Aunque Miguel intentó esconder su estado, no logró engañar aquella vieja y sabia pedagoga, conocedora de las quietudes de  sus alumnos, y mucho más de Miguel, porque aunque no era un alumno de diez, si le consideraba  un alumno brillante y trabajador, por eso cuando vio que ni siquiera había sacado su cuaderno para tomar notas, se alarmó. No obstante prefirió seguir con la lección y dejar que el chico anduviese con sus meditaciones.
Ya desde su nacimiento Miguel tuvo una vida dura, su madre murió cuando tan sólo contaba seis años, y desde ese día la tristeza se instalo en el rostro angelical de Miguel y jamás le abandonó, y aunque en su hogar nunca hubo demasiadas cosas para disfrutar, mientras vivió su madre fue un niño feliz. Sin embargo,  para su padre el chico siempre fue un estorbo más que un hijo, una cadena de la que no podía ni sabía como desengancharse, hasta que un día decidió que…
Cuando acabó la clase Miguel le pidió a la señora Stevens permanecer allí, ella accedió invadida por una tétrica oscuridad en su alma de mujer. Decidió ahondar en el tema y saber cual era el problema que le ocultaba Miguel, así que  fue al baño se cambio el vestido por un pantalón y se fue a casa del chico a preguntar a su padre.
Tras tocar el timbre y aporrear la puerta varias veces sin encontrar respuesta, opto por probar si la puerta no estaba cerrada. Pasó, un olor insoportable y rancio inundaba el salón y cada una de las habitaciones, las paredes repletas de manchas de todo lo imaginable, el desorden era completo y todo indicaba que allí hacía tiempo que no habitaba nadie. Preguntó a los vecinos y todos coincidieron en la respuesta, esa casa señora lleva deshabitada muchos años.
 La profesora Stevens se asustó, y corrió presurosa hacia el colegio. Entró rápida a la clase y le vio en el mismo estado que le había dejado una hora antes, en su pupitre se hallaba un libro abierto al que Miguel miraba con detenimiento. Se acercó sigilosamente hasta ubicarse justo detrás de él, y el paisaje que vislumbró en el interior del libro fue increíble. En la mitad de la página había un féretro completamente blanco, a los costados diez duendes verdes, cinco a cada lado arrodillados en señal de duelo y alrededor cientos de guirnaldas de flores de dispares colores.
 Estudió detenidamente el rostro de Miguel y mientras mordía una de sus uñas, sus ojos húmedos no cesaban de gotear, cada lágrima derramada caía sobre aquel escenario, resurgiendo una nueva flor de forma automática, sobre el ataúd en letras de oro una inscripción, “El hada de Miguel” y un epitafio que decía así.  “Aquí yace una hada buena”. Apoyó la mano sobre el hombro de Miguel y conmovida y sollozando le dijo: Miguel no te preocupes, todavía me tienes a mí.

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