Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

domingo, 6 de marzo de 2011

UN DURO SERMÓN


La iglesia estaba iluminada por un torrente de luz dirigido hacia al altar; un remanso de paz se respiraba en el ambiente, bancos de madera colocados en dos hileras de forma paralela esperaban ser ocupados. El órgano comenzó a sonar con su peculiar himno, dando un aire místico  a la estancia.
Un ligero vendaval corría entre los angostos callejones cercanos a la iglesia, por donde los vecinos transitaban inquietos, sabían de la intención de Marisa, sacar al párroco de su celibato. Una mujer de la vida fácil, que se había establecido en el pueblo hacía tan solo un mes, y cuyos escarceos amorosos  corrían de boca en boca como un reguero de pólvora, aunque la ficción superara a la realidad.
Al entrar por la puerta de la iglesia,  todas las miradas enfocaron a Marisa. Un corsé muy ceñido estrechaba sus prominentes pechos, desprovistos de cualquier tipo de tela hasta casi el pezón y una falda de colorines muy por encima de las rodillas, era toda la ropa que la cubría. Fue avanzando por el pasillo central hasta llegar justo al banco situado debajo del pulpito, “el lugar de las beatas”.
Era la hora del inicio de la misa y el párroco celebrante no aparecía. La multitud comenzaba a cuchichear impaciente. De pronto, un hombre alto, delgado y calvo surgió de la sacristía y se dirigió hacia el altar para iniciar la ceremonia. Su instinto le indicaba que algo alteraba a sus parroquianos,  hacía mucho tiempo que la iglesia no se encontraba tan abarrotada.
Tras la lectura del evangelio, se subió al pulpito para dar su sermón dominical. Marisa permanecía atenta al cura con sus ojos en esa posición pícara que tan bien trabajada tenía. Él comenzaba a perder esa clarividencia que supuestamente dominaba, y sus ojos entraban de una forma furtiva en el pecho de su nueva parroquiana.
El murmullo de los asistentes aumentaba, todos estaban expectantes al desarrollo de la escena. La impaciencia tocó a su fin y en un arrebato cercano a la locura, soltando por la comisura de su boca una espuma blanca, y dirigiendo su dedo inquisidor hacia la mujer. -  Espetó.
-          Señora haga el favor de colocarse en otro lugar mas lejano, no puedo evitar distraerme con su… pe-pe-cho-cho – tartamudeó.
Ella, sin inmutarse  preguntó.
-  ¿Acaso no tengo yo también el derecho divino?
-  ¿El derecho? … Y el izquierdo también hija mía, el izquierdo también.
Una gran carcajada sonó con estrépito dentro de la iglesia.








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