Para contar que el tiempo nos apresa
y nos sorprende a oscuras
haciendo revivir fantasías compartidas.
Para soñar sin temor a fracasar
viviendo en los jardines donde habita el duende.
Para decir que hay un manantial
brotando al norte de tus ojos,
que son la fuente de mi magia.
Para que siempre haya luz y asombro
en el paisaje de tu alma,
que ilumine mi rostro
y llene de policromía mis recovecos tristes.
Para gritar tu nombre en soledad
y pueda comprender siempre
el leguaje eremita de tus sueños calmos.
Para que el dolor de tu ausencia momentánea
sirva para ahuyentar los desatinos.
Para hallar sobre la palma de tu mano
la infancia acurrucada.
Para expandir en ti el deseo
cuando acude al inicio de la tarde.
Para que al abrir la ventana de los días,
descubra que aún hay caminos
que no hemos transitado.
Y, quizás, cuando entiendas que mi vida
es un satélite que gira en derredor de tu armonía,
podrás llevar en tus bolsillos
amapolas despiertas de invierno.
Ahora me quedo en la linde de tu mundo,
esperando ver cantar a la mañana,
bebiendo el tiempo a sorbos,
mientras alguien pinta las calles de verano.
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