Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

martes, 26 de octubre de 2010

¿…OS ACORDÁIS DE ALFREDO?

Os quiero contar uno de los más singulares recuerdos de mi niñez, el entrañable retazo de un personaje que se quedó guardado para siempre en el desván de mi infancia, dejando un rastro de magia tras de sí que, siempre desde mi óptica personal, hizo mella en aquellos tiempos, por su forma tan simple de afrontar el día a día.
Alfredo era uno de esos tipos lugareños que tenía una forma exclusiva de interpretar la vida, una manera diferente de vivirla y eso hacía que cualquiera que se le acercaba deseara compartir su amistad. En sus ojos sólo se reflejaba la transparencia de su alma noble y serena, y en su rostro cuarteado se dibujaban los surcos del paso del tiempo, concentrados en sus pómulos y en el trazado de su frente.
Cada pliegue, cada arruga eran la síntesis de tantos años agrios, de toda una vida absolutamente pintada con matices pardos. Los años incidieron en su imagen de faz quebradiza y mirada astuta, pero no doblegaron su actitud afable de magnánima cordialidad ni el timbre de su apacible voz.

En sus años mozos, Alfredo fue un hombre lúcido, capaz de mostrar sus sentimientos como cualquier otro y diestro en demostrarlos, pero con el paso del tiempo, sin un motivo aparente, comenzó a transformarse,+ convirtiéndose en un hombre de corazón ermitaño. La evolución fue tan lenta, que ni siquiera él mismo pudo notarla. Un día se levantó y descubrió, simplemente, que no recordaba la última vez que había reído y no pudo recuperar la imagen de su cara sonriendo.
Aún así, lejos de incomodarle el cambio, se adaptó con agrado a la nueva situación que había descubierto, de modo que aligeró su vida de cualquier afecto externo para cohabitar en soledad con sus propias miserias como cualquier hombre solitario.

Alfredo nunca tuvo un trabajo formal, pero desbordaba astucia para la creatividad. Con su ingenio y su capacidad observadora fue capaz de inventar y construir artilugios que quedaron guardados en la memoria de aquellos que, como yo, le veían a través de un prisma lejano. Sabía ganarse la simpatía de todos; de los mayores, afilando con maña cualquier tipo de instrumento que lo requiriera (cuchillos, tijeras, hachas, tranchetes,…) y de los más pequeños, insertando las puntas de los trompos a quienes lo precisábamos.

Era capaz de inventar, para sí mismo, tareas y diligencias que aunque no eran necesarias, simulaban que llevaba una vida ajetreada, así se convencía de que su existencia tenía algún sentido cuando, en realidad, todo indicaba que su mundo se reducía a un sencillo y lento deambular por la vida. Había acuñado la frase “soplen y marchen”, que regalaba a todo aquel que se aproximaba con oscuras intenciones, consiguiendo despacharle mientras él se tomaba su acostumbrado chato de vino en la barra del bar.

El tiempo endureció sus rasgos, sus arrugas y… sus desengaños, al mismo tiempo que enardeció su dureza, entonces ya absolutamente pétrea, y barnizó la opacidad de su mirada como un peñasco cuyos embrujos caen rendidos ante la magia de la naturaleza para diluirse luego en el ambiente.

Alfredo poseía una extraña naturaleza, extremadamente fuerte por un lado pero a la vez vulnerable y sensible. En los días previos a las fiestas del pueblo se transformaba en otra persona, esperaba la llegada de las bandas de música como un niño espera su regalo de Reyes y así, de la noche a la mañana se convertía en otro, aparentando ser el dueño y señor del universo. Mientras sonaba la música, empuñando en su mano un pequeño palo a modo de batuta, paseaba por las calles de su querido Vara acompañando a la banda.

Nunca es demasiado tarde para proyectar un pequeño homenaje a un gran protagonista que, aunque ya en el ocaso de su vida, se ocupó en temas que hoy en día son de gran valor, por decir que fue el primero que, sin querer o quien sabe cómo se le ocurrió, aplicó lo que hoy llamamos reciclaje; consiguió transformar una lata de chapa contenedora de aceite para motores, en dos hermosos recogedores, con un esfuerzo tan simple como ingenioso, cortándola en diagonal y añadiendo un par de ligeros mangos de madera. Todos los hogares del pueblo usaban ya en aquella época uno de esos creativos y prácticos recogedores de Alfredo, llegando también a oídos de los pueblos vecinos.

Su capacidad y su ingenio no tenían límites, así lo demostró aquella mañana de primavera cuando apareció montado en su bicicleta a la que había sustituido el manillar tradicional por un volante de coche, causando la admiración de todos aquellos que, atónitos, le observaban a su paso. Aquella bicicleta acabó bajo las ruedas de un camión, en un aparatoso accidente en el que casi pierde la vida.

Incluso era estrambótico y peculiar en su forma de vestir… siempre pantalones con tirantes, como si tuviera miedo a perder los calzones, y con esa manía tan suya de recoger del suelo las cajetillas vacías de Winston para rellenarlas de cigarrillos Celtas, sin saber exactamente con qué fin.

Pudo haberle llegado el fin de sus días en cualquier momento, coronando así una vida transcurrida sin penas ni glorias, pero Alfredo se sentía seguro de sí mismo y afirmaba burlescamente que “mala hierba nunca muere”. Lo que él no vislumbraba ni por asomo era que la muerte es más piadosa que la vida y que, en realidad, le concedía más tiempo para ofrecerle la posibilidad de retractarse. No quiero dar a entender que la muerte le rondara, pero sí que es más fácil imaginar que nunca hubiese elegido encontrarse con ella donde y tal como le llegó. El destino a veces es tan caprichoso que rompe los esquemas de aquellos que creen tener el plan perfecto para recibir su final.
Para que una roca se rompa, lo único que se precisa es tiempo, incansable e inexorable en su eterno persistir y así fue como, sólo él, pudo doblegar finalmente la peculiar existencia de Alfredo…

2 comentarios:

  1. Esta historia me ha encantado, aunque siempre hay motivos para que una persona haga ese cambio en su forma de ser y actuar, quizas los culpables de ello somos nosotros mismos, la sociedad en si, que sin querer los vamos apartando a un lado, dejandoles en la mas absoluta soledad... cuando ellos tan solo nos han estado pidiendo a gritos un poquito de atención, amistad y cariño que toda persona necesita en este mundo, tan solo es una pequeña opinión personal, podría seguir pero mejor dejarlo aquí o será mas extensa la respuesta que el relato de tu tierna historia.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Aún así, fue una persona que recordamos todos los que coincidimos con él en algún tramo de su vida, y puedo asegurar que la mayor parte con mucho cariño, sencillamente por su forma de caminar por la vida.

    ResponderEliminar