Relatos, poemas, cartas...

"La nostalgia es un sentimiento que madura en el odre de la vida".

viernes, 24 de septiembre de 2010

ENCUENTRO EN EL METRO


     Nada me salió bien, fue una tarde ingrata y salí del trabajo camino de ninguna parte. Mi única obsesión llegar a casa  y… ¿Autobús?  ¿Metro? Decidí ir en metro, más rápido, más solitario, más incierto.
     Bajaba cabizbaja las escaleras, una música interrumpía el silencio. Era mágica, circulaba vertiginosa por todos los vericuetos de aquella ilustre estación.
     Allí, donde sólo el aire rancio hace asomo, donde los pasajeros realizan su trashumancia buscando otra línea, donde un taconeo incesante se hace eco, donde el siseo de las escaleras mecánicas altera el silencio, donde el vagabundo acecha su vasija de la moneda solidaria. Allí, sí… allí, sonaba una maravillosa melodía.
     Viré mi dirección y emprendí camino a la búsqueda de aquella música, miraba en cada bifurcación. En un lúgubre pasillo, el menos transitado, donde sólo una minúscula luz natural atravesaba las rejas de una galería, encontré el artífice de esa composición.
     Un nutrido grupo de personas  le rodeaban expectantes, en un silencio misterioso. Unas gafas de sol, una gorra, un poncho mexicano y unas sandalias componían la vestimenta de aquel frágil intérprete.
     El saxofón entre sus manos cobraba vida, lo agitaba con elegancia, lo alzaba, lo descendía. Sus mejillas, se hinchaban y deshinchaban al compás de la música. Unos ágiles dedos pulsaban las teclas con maestría. Note como mi nostalgia se derretía igual que un muñeco de nieve bajo los rayos del sol.
     Nadie hablaba, los ojos de los asistentes permanecían atentos, la música cesó e irrumpió un agitado aplauso, las monedas caían incesantes en la funda del saxofón.
     Se acercó y se interesó por mí.
- ¡Disculpa! ¿Qué canción quieres que toque? - preguntó quitándose las gafas y desprendiendo una cálida sonrisa.
     Miré en derredor, estaba sola, un ingenuo miedo se apoderó de mí.
- “Un nuevo día brillará”, de Luz Casal. Respondí nerviosa.
     Volvió a tomar el saxofón e inició la canción, el espectáculo fue soberbio, embaucada por la melodía, me sentí como una diosa en el Olimpo. Terminó la canción y,  colocó con mimo el saxofón en su funda.
- Sorry, el concierto ha terminado, - dijo sonriendo.
- Perdona estoy en trance todavía. ¿Te apetece un café?
Miró el reloj…
 - Tengo quince minutos ¿son suficientes?
- Si.
   Abandonamos aquella estación en busca de una cafetería.  Un arrebol  anunciaba el final de la tarde.
La música tornó un corazón gris, en un corazón  soleado.


2 comentarios:

  1. ¿Sabes?, a veces las pequeñas cosas son las que te llenan por dentro y te devuelven la sonrisa y cambian por completo un día gris por otro esplendido.

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  2. Desde luego que si, por eso hay que saberles dar la importancia que merecen. Gracias por tu comentario.

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